jueves, 2 de febrero de 2012

Olor a cafe

El olor a café, me despertó. Había dormido como nunca, cosa increíblemente extraño, pues no duermo bien más que en mi cama. Abrí los ojos. Un suculento desayuno me esperaba. Seguía sentado en la butaca, mirándome. Como si yo fuese un espejismo. No dijo nada. Me observaba mientras yo daba buen acopio del manjar. Café, croissant recién hechos, zumo y fresas por supuesto. Me sentía como una princesa. La habitación era sobria y elegante a la vez. Se había tomado muchas molestias en que me sintiera a gusto. Lo estaba consiguiendo. Me agradaban tantas atenciones.
Había sido una locura aceptar aquella invitación. Volar a un destino no conocido. Dejarme guiar por un amigo extraño. Dejar atrás mis miedos había sido la mejor elección.
Me seguía mirando sin decir ni una palabra. Había dormido en el sofá como buen caballero que era. Me levanté y me acerqué a la ventana. La vista era fabulosa, toda la ciudad con un manto blanco. Una postal idílica. Los astros se aliaron para que fuera simplemente perfecto. Le mire de reojo, seguía observándome. Sonrió, se veía feliz.
Se levantó, se puso el abrigo, me dio un beso en la frente y solo dijo: “A la una vengo a recogerte”
Me senté en la butaca y no pude evitar inundarme de su perfume. No se el tiempo que pasó. De repente salí del ensimismamiento. Preparé un baño. Lo disfruté como una niña con zapatos nuevos. Aromas, sales… Las horas volaron.
Abrí la maleta aún cerrada. Unos vaqueros, una camisa, botas, abrigo, bufanda y guantes… sin maquillaje estaba inmejorable después de haberme visto recién levantada…para que más?
Me senté, me levanté, caminé, me volví a sentar.... en el fondo estaba nerviosa. ¿Por qué? No lo sabía pero así era. De repente la puerta se abrió. Entró con una sonrisa que inundó toda la habitación. ¿Lista? Por supuesto.
El restaurante estaba a dos calles. Me agarré a su brazo pues el frío era latente. Su sonrisa de aprobación me infundó confianza. La comida transcurrió con una naturalidad asombrosa. Complicidad, comodidad, química, familiaridad, a fin de cuentas conexión.
Paseamos por las calles nevadas. La conversación, no la recuerdo bien. En mi memoria solo permanecen sensaciones de aquellos instantes.
Atardecía y cada vez la sensación térmica era desagradable, así que decidimos cenar en la habitación.
Se sentó de nuevo en la butaca mientras yo me acomodaba en la cama. El silencio hablaba de más. Era hora de dormir. Se acomodó en el sofá, resignando sus pensamientos.
Me levanté y le vi, despierto en la penumbra. Las miradas hablaron más que si fuesen palabras. No había que decir más.
El olor a café me despertó. Había dormido mejor que nunca. En la almohada una nota “un sueño hecho realidad” y con una sonrisa me miraba ,desde la butaca.

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