sábado, 18 de febrero de 2012

Un día, tu y un instante.

Ahora la luna brillaba con intensidad. Había vuelto a casa
para dormir unas pocas horas, pero la noche fuera demasiado larga. Algunos
pensamientos revoloteaban en mi mente y me hacían dudar de su credibilidad. O
era mejor pensar que solo eran un supuesto en mi mente llena de cansancio.
Mañana decidiría o en tal caso lo consultaría con la almohada, que era más
conciliadora y pasaba de discutir conmigo.
El amanecer en breve daría comienzo y mis ojillos se
cerraban buscando un sueño que tal vez fuese imposible recordar mañana.
Pensándolo bien era la magia de nuestra imaginación más oculta. Finalmente caí rendida con los rayos de la
luna posándose en mi rostro.
Al despertarme mi cara mostraba secuelas de la noche
anterior. Algo rondaba mi cabeza como un presentimiento nada sobre mi acción futura.
Como siempre, sonámbula conseguí llegar al cuarto de baño,
viendo en el espejo a una persona desconocida. Mostraba cansancio, ojeras
prominentes y tal vez demasiada palidez para un día que debería ser perfecto.
La casa desierta mostraba un estado desolador, todo cerrado,
sin voces, sin luminosidad. No podía soportar aquel silencio. No aguanté más y
puse remedio; subí persianas, abrí ventanas, necesitaba sentir aire fresco,
nuevas sensaciones en mi vida.
Al mismo tiempo me inundaba una tentación de meterme en cama
y apreciar el calorcillo de las sabanas aun palpable. Mi instinto me impidió que hiciera tal acometido.
Intenté hacerme un
suculento desayuno que terminó en un desastre; primero la cafetera imposible de
abrir, luego la leche hirvió demasiado haciendo un pequeño gran estropicio por
mi limpia cocina. Ya veía mi día perfecto; lleno de desastres, por supuesto.
Tendría que salir a la calle, si esperaba algo mejor.
Intentaría de paso que el ambiente urbano me levantara el animo.
Bajé las escaleras y como estaban recién fregadas, resbalé.
Suerte que no había ninguna vecina curiosa para chismorrear cuando me hubiera
levantando. El golpe fue supremo pero no lo suficiente para no seguir adelante.
Seguí bajando…al llegar el portal estaba mi vecina preferida preparada con su
repertorio de preguntas. En el fondo siempre era respetuosa al igual que
cotilla. Mejor dicho era más preocupada por la vida ajena que por la suya
propia. Me puso al corriente de las
últimas nuevas del barrio. No tenía humor para soportarla así que pase de ella.
No quería oir chismes deformadores sobre la gente de la urbanización. Me
despedí de ella de manera cortés pero tajante. Mi rumbo seguí.
Paseaba tranquila, no tenía prisa. Mi pensamiento andaba en cosas
intrascendentes sin sospechar cual sería la próxima parada. Tan ensimismada iba
que la gente de mi alrededor eran ausentes para mi. La mirada perdida se posó
en una chica con el color estopa y unas pintas horrorosas en la cima de la
inconformidad. Ella era todo lo contrario a mi persona convencional y acusada
por mis últimas vivencias. Aquello era
una situación graciosa, nadie podría adivinar mi desbaratado pensamiento.
El caminar me llevó a mi destino; un parque retirado del
centro. Un sitio tranquilo que apaciguaría el progresivo desbaratamiento. Me tumbé
en la hierba con ganas de no pensar, pero no tenía tal certeza. Deje vagar mi
mirada por el entorno, y se posó en ti, pensativo como yo. Mi cabeza no estaba
quieta, he intentó adivinar el motivo de tu tristeza tan aparente. Al mismo
tiempo mi intimidad era atentada por tu mirar insistente. Mi libertad era
infringida al sentirme tan observada por un extraño y de forma tan natural. El
interés fue desde el primer instante, como si tú emitieses preguntas que
sencillamente creía imposibles de responder.
Finalmente conseguí apaciguar mis pequeñas locuras a través
de tus ojos suavizados. Quería ser espontanea y eludir mis dudas, por el
contrario tenía miedo a no ser yo misma. No quería dobleces ni complicaciones, así sería mejor.
El tiempo pasaba. Tú me intrigabas cada vez más. La idea
acertada era evitar líos y eso lo evitaría marchándome. Al levantarme sentí
pequeños remordimientos por no poseer la osadía suficiente de tentar lo
extraño. En el fondo reconocía mi miedo y eso me aterraba.
Para mi sorpresa, no
te inmutaste cuando inicié mi retirada. Supiste con maestría perseguirme
con mirada firme. Me fui. Era hora de marcharme y no pensar. Una ligera
sospecha me rondaba; no sería nuestro
único encuentro.
De nuevo me enfrenté a la calle abarrotada de gente. Sola
ante la multitud era como me sentía. Me encaminé hacia casa, tomaría algo y a
dormir. Era animal de costumbres fijas, pero el cansancio empezaba a dar
muestras visibles y contra eso no se podía luchar.
Subí los escalones enturbiados por mis pensamientos. Calenté
algo, comí y me tumbé en cama. Y tu meciste mi sueño apoderándote de él como la
luna me arropara h

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