viernes, 10 de febrero de 2012

Ana

Una palabra esperaba Ana sentada en el sofá. Pero su madre
la miraba con pocas ganas de hablar. El silencio era incómodo. Quería gritos,
chillidos, broncas y castigo. Pero no había nada de eso, sólo un sepulcral
silencio que dolía en los oídos.
No se atrevía a musitar ni una sílaba. Cualquier argumento
en su defensa sonaría a burda excusa. Decidió seguir callada.
Su madre la escudriñaba, como si de tal manera fuese a
encontrar una razón convincente a ese comportamiento.
Aquello era un dialogo de pensamientos. Se formulaban
preguntas y las respuestas eran dadas de la misma forma. Para que decir más.
Ana decidió levantarse, pero la fuerza de la mirada de su
madre le impedía mover ni un musculo.
Aquella situación era injusta, pensaba. Ya está bien, terminó gritando. Su madre dio
un respingo, pues las palabras salieron de su boca como un huracán.
-Que quieres decir?- interrogó.
-Que ya está bien mama!!
-Lo que? Que hagas lo que quieras?
-No, sino que te quedes ahí como un mueble esperando que te
diga lo que diga nada te va a convencer.
-Qué valor tienes¡-terminó por sentenciar su madre mientras
se levantaba y se disponía a salir del salón.
Ana se quedó pensando. Decidió ir tras ella. La abrazó y con
ojos llorosos suplicó su perdón.
Su madre estaba dolida, muy dolida. Al mismo tiempo le
resultaba difícil no perdonar a su díscola hija. Reflejaba con demasiada
exactitud la adolescencia vivida por ella hacía mucho, mucho tiempo.
Mama abrió sus brazos, le dio un beso en la frente, y
sentenció; -Estas castigada sin salir hasta que las ranas tengan pelo.

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