martes, 14 de febrero de 2012

El comienzo del fin

Manuel cerró la puerta y se encaminó a casa como cada
viernes al acabar. Había sido un día agotador. Estaba tan cansado que hubo
momentos en que le costaba mantener la concentración. Ultimamente se le hacía cuesta arriba la consulta, y eso
que Angela, la enfermera era eficiente y eficaz. Eses eran sus pensamientos camino
del coche. Abrió la puerta del garaje y sin darse cuenta estaba metiendo la
llave en un coche que no era el suyo. Otro despiste, pensó. Eran muchos en los
últimos días. Eso lo puso de mal humor.
Finalmente lo encontró donde lo había aparcado. Salió a la calle, todo
iluminado con luces de colores; la navidad. Que poco le estaban apeteciendo
estas fiestas, el que siempre disfrutaba comprando regalos y envolviéndolos.
Siempre mimando los detalles.
Después de más de diez minutos al volante se percató que
conducía de forma automática, sin fijarse muy bien por donde iba. Un día de
estos tendría un disgusto.
Por fin había llegado a casa, Amelia tendría la cena
preparada. Aparcó el coche y al entrar en casa todo estaba en silencio. Que
extraño, pensó. Su mujer no le había dicho que saldría, o tal vez él se
despistara. La puerta estaba entreabierta y al encender la luz… ¡¡Sorpresa¡¡
Estaban allí todos sus amigos, sus compañeros del hospital, sus hijos … estaban
todos. Amelia se acercó a Manuel, le besó en la mejilla y le ofreció una copa de
vino. Delicadamente le susurró al oído; Feliz cumpleaños, cariño. Manuel estaba
desconcertado, se le había olvidado su propio cumpleaños. Sonrió como pudo y
empezó a saludar a los invitados como buen anfitrión.
La velada pasó
distendida, pero no se encontraba del todo cómodo. Los despistes que sufría en
las últimas semanas le estaban trastocando y preocupando. Decidió comentárselo
a su colega Mauro. Este le quitó importancia diciéndole que trabajaba mucho y
que necesitaba descansar. Le haría caso el neurólogo era él.
Cuando todos se fueron la casa quedó vacía, solo Amelia y
él. Al pie de la chimenea, hablaron de muchas cosas, de recuerdos de cuando
eran jóvenes, cuando se conocieron, su primera cita, su primer viaje siendo
novios, aquel restaurante en la sierra, el colegio…Esas imágenes estaban tan
nítidas en su retina como si las viviese
ayer mismo. Que rara era la mente humana, no se acordaba donde ponía las llaves,
ni lo que hiciera hacía cinco minutos pero si lo que pasara cuarenta años atrás.
Se despertó con la luz de la mañana entrando por la ventana.
Durmiera más de lo habitual. Puso las zapatillas y bajó a la cocina. Allí
estaba Amelia, con una sonrisa como siempre. Ella lo significaba todo para
Manuel, Su equilibrio, su amante, su amiga, su consejera. Quería contarle como
se sentía pero el miedo a preocuparla
sin necesidad lo llevó a quedarse callado.
Los siguientes días decidió no pensar en el tema, serían
cosas de la edad, tampoco era un chaval. Además tenía que preparar la ponencia
del congreso. No le dedicara tiempo, ni le apetecí y le costaba concentrarse. Era
fin de semana, justo antes de navidad.
Llevó el coche al aeropuerto, y mientras esperaba se
entretuvo con los sudokus. Cada día le resultaba más complicado acabar uno con
éxito. Sería el cansancio.
Durante el congreso coincidió con Mauro, que noto su
nerviosismo. Decidió comentarle más a fondo sus síntomas y como se encontraba.
Este le aconsejó hacer una serie de pruebas. Le instó a que pasara por la
consulta la semana siguiente.
Fue a verlo, como habían acordado. Mauro lo tranquilizó y
quedaron en hablar en breve. Cuando tuviera un diagnostico lo avisaba. Sabía
que ni así se tranquilizaría, lo conocía y conocía la profesión. Los peores
pacientes son los propios médicos.
Llegó la navidad y Mauro no diera señales de vida. Eso
parecía un buen presagio. Calmaría su preocupada mente con las compras de
última hora. Habían sido días extraños. Realmente los últimos meses habían sido
extraños, mejor sería no pensar.
Navidad, comidas familiares, desear felicidad y demás, a
gente que normalmente ni le darías los buenos días; era un poco incongruente
todo aquello. Se sintió hipócrita y al mismo tiempo malhumorado y cabreado con
el mundo. Que le estaba pasando?
Llegaron todos, la mesa preciosa, la comida excelente, todo
estaba en su lugar menos su cabeza. Le
costaba disfrutar todo aquello, concentrarse era difícil. Necesitaba hablar,
soltar todas sus preocupaciones. Ser médico no te libra de padecer enfermedades, no estas vacunado contra el
miedo, ni contra la impotencia de pensar que puedes sufrirlas, ni tener el
poder de curarlas todas….
Amelia llevaba días analizándolo. Lo conocía demasiado bien
para saber que algo no marchaba. Cuando todos se fueron decidió aclarar lo que
estaba pasando. Y así fue.
El lunes por la mañana Los dos juntos estaban en la consulta
de Mauro. Sorprendido no mostraba su cara al verlos. Los hizo pasar. Luego sin
saber donde encontrar las palabras acertó a decir; ya se lo que tienes;
Alzheimer.
Amelia y Manuel se cruzaron miradas. El mundo parecía
derrumbarse a su lado. Apretó la mano de ella. Y su cara estaba contraída. Su
vida se había acabado, era una cuenta atrás. El que había dedicado toda su vida
a los demás no se podría curar a si
mismo. Ironías de la vida.
Todas las dudas disipadas. Ahora era el comienzo del fin.

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