martes, 16 de octubre de 2012

Nadie


 

Estaba muerta en vida, sin estar postrada en una cama, sin estar físicamente, si no enferma del alma. Una enfermedad que cada vez se volvía más incurable. Sentía la soledad más absoluta a pesar de estar rodeada de gente. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin pestañear ni provocarlas. Volviéndose un acto casi incontrolable. Una agonía incesante, que no se detenía pero iba carcomiendo por dentro todo a su paso. Todo lo convertía en un tormento atroz.

Entró en casa y estaba vacía. Solo sus pasos llenaban el espacio. Ese espacio que poco a poco oprimía más su alma. Sus pesares estaban ocupando todos sus muebles. Los armarios llenos de recuerdos, los cajones llenos de errores, la cómoda guardaba las malas decisiones y por doquier a la gente que había dejado escapar de su vida sin ponerle remedio.

Se miró en el espejo y no se reconoció. Donde quedó su sonrisa? Donde quedo su alegría? Sonde el brillo que desprendían sus ojos antaño?

Todo se perdió por el camino. Cuándo? Difícil recordarlo. Todo se fue torciendo. Minando sus ganas de vivir. Se había metido en un pozo sin fondo del que ahora casi le resultaba imposible salir.

Se sentó en el sofá y el agotamiento le venció. Después de unos minutos se despertó. No fue un sueño reparador, el desasosiego estaba dentro de su ser. Encendió un cigarrillo pero ni así se tranquilizó.

Ya no podía más. El peso que cargaba su espalda era demoledor, le hacía andar encorvado. Sus movimientos se volvían más lentos. Su desanimo crecía por momentos.

No podía seguir así. Lo tenía claro. Nadie le echaría de menos, nadie lloraría su ausencia, nadie le recordaría, nadie, nadie, nadie…. NADIE. Eso era lo más duro. Percatarse de ello fue determinante para tomar la decisión.

Llenó la bañera de agua. Puso música y se desvistió ceremonialmente. Cada cosa en su sitio, perfectamente doblada. Primero un pie después el otro y poco a poco todo el cuerpo.

 Sin hacer ruido se fue apagando. Se fue como había llegado sin que NADIE la echara en falta. Su desvivir dejaba de ser su cárcel, su prisión.  Toda el agua se tiñó de rojo y sus ojos se cerraron despacio para no volver a abrirse jamás