viernes, 13 de julio de 2012

El ascensor




Hora de irse a casa. No tenía ganas de nada. Era tarde, estaba cansada de andar de aquí para allá. Bajaría en el ascensor, estaba vaga para ir por las escaleras.

Mientras lo esperaba daba cuentas de todo lo que tenía que hacer. La lista la hacía mentalmente, pensando que algo quedaba pendiente; recoger el traje de la tintorería, pasar por el super, pasarme por correos…En el pasillo no se oía nada más que mis pensamientos rebotando en las paredes.

El ascensor no tardó. Me metí dentro, pulse el  -1. La puerta se cerró y escuché el ruido del motor poniéndose en marcha. Como de costumbre no pude evitar mirarme en el espejo. Retocarme el pelo. Fijarme en mis ojeras pronunciadas por falta de descanso de las últimas semanas. Un estruendo me sacó de mis meditaciones.

De repente, se había parado. No me lo podía creer. Instintivamente empecé a tocar todos los botones, como si eso ayudara a ponerse en marcha. Ninguno respondía.

Chillé. Llamaba a voces al silencio. Pedía ayuda. Gritaba  que estaba atrapada. Nada. Nada se escuchaba.

Rebusqué en el bolso. Con los nervios no encontraba el móvil. Mierda! Nada de cobertura. Cobertura cero. Era increíble. Y por encima, solo me quedaba mitad de la batería.

Me senté en el suelo e intentando ordenar en mi cabeza lo que estaba pasando. La desesperación se apoderaba de mi, no podía dejarme controlar por el miedo. ¿Miedo a qué?. Estaba sola, encerrada en un ascensor, en un edificio que se antojaba vacío. Acompañada por el silencio interrumpido por el crujir de la madera y demás ruidos sin identificar.

Alguien tendría que aparecer tarde o temprano, pero allí metida me estaba pareciendo demasiado tarde.

Jugueteaba con el móvil en la mano. No podía usarlo para nada, sin batería, sin cobertura. Quería estar ocupada. Hacía calor, sentía sudores, me faltaba el aire. No me gustan, ni me gustaban, ni me gustaran los sitios cerrados.

Me incorporé. Empecé a pasear. Un pie delante, después el otro, y así uno y otra vez. Recorrí el minúsculo  habitáculo. No sé cuantas vueltas di.

De nuevo, me senté. Observé detenidamente las paredes, cada centímetro del espejo, cada mancha, cada huella, cada reflejo. Cada botón, cada luz, cada rayazo en el metal.

Como deseaba que pasara el tiempo. Caprichoso tiempo que parecía detenerse aún más. Caminaba despacio, haciendo pausas eternas entre segundo y segundo.

Necesitaba tener la mente ocupada. Palabras encadenadas. No funcionaba.

No sé cómo, pero me puse a canturrear, tararear. ¿Qué canción?. Varias, cualquiera con estribillo pegadizo que rescataba del recuerdo.

Poco a poco me venció el sopor. Debí de cerrar los ojos. Oí voces que mi subconsciente las mezclaba como parte del sueño. Tardé en reaccionar. Instintivamente empecé a aporrear la puerta. Un poco de escandalo no vendría mal para que me escucharan.

Después de un intercambio de voceríos y gritos varios consiguieron dar conmigo. Ahora el tiempo transcurrí más deprisa. Por fin iba a salir de allí.