Hora de irse a casa. No tenía ganas de nada. Era tarde,
estaba cansada de andar de aquí para allá. Bajaría en el ascensor, estaba vaga
para ir por las escaleras.
Mientras lo esperaba daba cuentas de todo lo que tenía que
hacer. La lista la hacía mentalmente, pensando que algo quedaba pendiente;
recoger el traje de la tintorería, pasar por el super, pasarme por correos…En
el pasillo no se oía nada más que mis pensamientos rebotando en las paredes.
El ascensor no tardó. Me metí dentro, pulse el -1. La puerta se cerró y escuché el ruido del
motor poniéndose en marcha. Como de costumbre no pude evitar mirarme en el
espejo. Retocarme el pelo. Fijarme en mis ojeras pronunciadas por falta de
descanso de las últimas semanas. Un estruendo me sacó de mis meditaciones.
De repente, se había parado. No me lo podía creer.
Instintivamente empecé a tocar todos los botones, como si eso ayudara a ponerse
en marcha. Ninguno respondía.
Chillé. Llamaba a voces al silencio. Pedía ayuda.
Gritaba que estaba atrapada. Nada. Nada
se escuchaba.
Rebusqué en el bolso. Con los nervios no encontraba el
móvil. Mierda! Nada de cobertura. Cobertura cero. Era increíble. Y por encima,
solo me quedaba mitad de la batería.
Me senté en el suelo e intentando ordenar en mi cabeza lo
que estaba pasando. La desesperación se apoderaba de mi, no podía dejarme
controlar por el miedo. ¿Miedo a qué?. Estaba sola, encerrada en un ascensor,
en un edificio que se antojaba vacío. Acompañada por el silencio interrumpido
por el crujir de la madera y demás ruidos sin identificar.
Alguien tendría que aparecer tarde o temprano, pero allí metida
me estaba pareciendo demasiado tarde.
Jugueteaba con el móvil en la mano. No podía usarlo para
nada, sin batería, sin cobertura. Quería estar ocupada. Hacía calor, sentía
sudores, me faltaba el aire. No me gustan, ni me gustaban, ni me gustaran los
sitios cerrados.
Me incorporé. Empecé a pasear. Un pie delante, después el
otro, y así uno y otra vez. Recorrí el minúsculo habitáculo. No sé cuantas vueltas di.
De nuevo, me senté. Observé detenidamente las paredes, cada centímetro
del espejo, cada mancha, cada huella, cada reflejo. Cada botón, cada luz, cada
rayazo en el metal.
Como deseaba que pasara el tiempo. Caprichoso tiempo que
parecía detenerse aún más. Caminaba despacio, haciendo pausas eternas entre
segundo y segundo.
Necesitaba tener la mente ocupada. Palabras encadenadas. No funcionaba.
No sé cómo, pero me puse a canturrear, tararear. ¿Qué canción?.
Varias, cualquiera con estribillo pegadizo que rescataba del recuerdo.
Poco a poco me venció el sopor. Debí de cerrar los ojos. Oí
voces que mi subconsciente las mezclaba como parte del sueño. Tardé en reaccionar.
Instintivamente empecé a aporrear la puerta. Un poco de escandalo no vendría
mal para que me escucharan.
Después de un intercambio de voceríos y gritos varios
consiguieron dar conmigo. Ahora el tiempo transcurrí más deprisa. Por fin iba a
salir de allí.