viernes, 10 de febrero de 2012

Aire

Cerré la puerta con toda la fuerza que podían transmitir mis
manos llenas de rabia. No podía creer que aquella fuera ella, incapaz de
escuchar. Ella daba todo por supuesto, sin esperar a que pusiera de manifiesto
mis inquietudes. Me encerré en mi cuarto y mi mente empezó a deambular por los
diferentes caminos que encontraba en mi memoria. Cualquier pensamiento era
mejor que recordar la escena que acababa de producirse. No era algo irreparable
pero constituía un delito en mis leyes inviolables que con tanto recelo tenía
marcadas.
La verdad de todo aquello, era un magnífico cofre de
sorpresas escondido en mi interior. Adopté una drástica medida contra del
hecho. Encerré mi alma atormentada en un
túnel sin salida, donde solo tuviera cabida el silencio perenne.
Era un escudo. Tal vez por la vulnerabilidad ante el
dialogo, con el cual estaría dispuesto a ser vencido y de paso al sufrimiento.
Escuchar las barbaridades que brotaban de su boca eran como
puñales que se clavaban en mi espalda. Se atrevía a defender a quien en otro
tiempo acusó. Formaba parte de la farándula que fuera su vida hasta ahora.
Lo peor de todo era que albergaba un odio dentro de mi alma.
Me acostumbrara a pensar en mi maldad, para conmigo y los demás. Mis actos
generosos o desinteresados eran considerados como un engaño.
En la soledad del cuarto y mi cara enrojecida por las
lágrimas y por el moquillo de mi nariz, intentaba no acordarme de nada. Pero de
ciertas cosas te acuerdas aunque no quieras. Parecía mentira muchas de
justificaciones que hacia sobre lo que
en otra hora se revolvía con veneno en su lengua. Todo era un buen teatro con
los mejores actores de comedia.
Eran muchas semanas carcomiendo
mi oreja con falacias y mentiras. Así que llegar al límite era cosa de segundos. La paciencia no era mi
fuerte y exploté. Necesitaba cambiar, empezaría por respirar aire fresco. Salí
a la calle para no volver.

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