jueves, 29 de marzo de 2012

Las musas

Suéñame en cada instante,
Suéñame en cada caricia,
Y me tornaré real.
Nota mi aliento en tu cuello.
Mi mano en tu pelo.
Mi cuerpo pegado a tu ser.
Soy luz en tu oscuridad.
Fantasía en tu dormir.
Pensamiento en tu mente.
Imaginación en tu realidad.
Ámame y me sentirás.
Despiértame y revivirás.
Pronúnciame y tuya seré.
Suéñame a cada instante.
Suéñame a cada minuto.
Suéñame, suéñame, suéñame
Y siempre me tendrás.

sábado, 24 de marzo de 2012

Los miedos

Eran bastardos usurpadores
con ingredientes de normalidad.
Tenían una alevosía malvada
que los hacía enigmáticos con identidad.
Con ellos se estremecían mis miedos,
me subían por la garganta
asaltando mi sospecha
incrementada por la distancia.
Era una misteriosa armonía
creando la criatura perfecta,
que se aferraba con certeza al amor.
Disponiendo dosis de serenidad
que encajaban el rompecabezas.
Diseñamos un ser aburrido,
con envidia intuitiva y elemental.
Pero que dejaba tras de si
tremendas y dramáticas secuelas.
Todo era una gran obra,
parte un sortilegio medieval,
Traicionado por su fuerza titánica
Que ahora su frágil cuerpo albergaba.
Aquello era contrariar
el doble sentido de la naturaleza
y el azar de la infinita soledad.
Solo quedaba someterse
a una punzada de dolor.
Dispuesta a plegarse a su rumbo
improvista estaba la bruja adivina.
Pero sabia y sobradamente vieja.
Ocultaba su retorcida interpretación
de aquella pequeña broma infantil
o una insólita velada de libertinaje.

viernes, 23 de marzo de 2012

El tiempo

El tiempo se ha vuelto
un despiadado enemigo,
no me deja quedar atrás.
Sigue un perfecto orden.
Aislando a su batallón
haciéndole sufrir escalofríos
al más despiadado general.
Fascinante consigna
recuerda su abrumante poder.
Nos entorpece en empeño
fatídico de sobrevivir.
Limita nuestra posibilidad.
Lleva al desastre imparable
nuestras ansias de triunfar.
Somos frágiles marionetas
en sus viejas y sabias manos.
Quedamos convencidos de un fin
aun lejano y pero por determinar.

jueves, 22 de marzo de 2012

Estoy aqui

Sentía que estaba sola en el medio de tanta gente. El teléfono no dejaba de sonar al otro lado. Nadie parecía oírlo. Era una pesadilla que se repetía en mi mente. Aquel timbre
constante no cesaba, aún cuando el aparato estaba colgado. No podía ser.
Las diez daba el reloj. Las diez y cuarto, aquello era imposible. Las once. El tiempo pasaba sin poder pararlo.
Luchaba con el incesante seguir de las agujas que parecían no querer detenerse.
De repente, una voz al otro lado. La reconocía, y la mía era entrecortada. No sabía que decir. Por mi parte un largo silencio. Un instinto involuntario, que no podía remediar. Intentaba no
pensar, era lo que necesitaba ahora, mejor dicho; olvidar.
Mi cuerpo y mi alma pedían sosiego. Tal vez mañana despertaría y todo sería un mal sueño de mi fantástica mente. Mi voz era casi inaudible. Preguntaba si estaba bien. Alcancé a decir
que si, y suplicar que vinieran a por mi.
Mis palabras sonaban a lo lejos, como si estuviera a kilómetros desde el momento de pronunciarlas. Colgué sin decir donde me encontraba, y la batería muerta.
La espera fue larga, casi eterna.
La noche totalmente negra y vigilante me acompañaba. Mientras las luces de los coches me daban esperanzas de que sería el fin de mi tortura.
Tenía espectadores muy especiales, que me observaban con cierto interés. Era su diversión y un sufrimiento doloroso para mi.
Pasaban a mi lado y volvían a pasar. Mis ojos mostraban una indiferencia asqueada.
Empecé a sentir punzadas en el estomago. Era difícil olvidarlas, estaban muy presentes. Quería evadirme pero Dios no me quiso ayudar.
Era cierto, volviera. Pero no sabía si era la mejor solución. Luchaba contra un deseo de volver a aquel infierno o dejarme en las garras de los míos.
Mientras divagaba, los demás iban felices y sin preocupaciones. Se divertían de una manera normal. Yo no podía.
Aquello me marcara. Ahora era un ser diferente a ellos. Como si llevase un sello de identificación en la frente.
No había forma de quitármelo. Ellos no veían el suyo claramente pero también lo llevaban por dentro.
La espera se hacía larga, demasiado larga. Me estaba volviendo loca. Tantos coches pasando y ninguno se detenía, ninguno era para mi.
Por fin uno paró a mi lado. Por fin había llegado y con él un infierno mayor. Ahora debería empezar el relato de mi desaparición.
¿Qué efecto causaría? Lo vería en sus caras cuando rematara de hablar.

viernes, 16 de marzo de 2012

Un adios no es un hasta luego

Decidí quedar con él. Prepararme para el desenlace que sabía de antemano que se produciría tarde o temprano. Me arreglé como se de una cita se tratase. Acudiría con mi mejor ropa y mi mejor sonrisa.
Durante el camino mi pensamiento iba recolectando imágenes del pasado sabiendo que no se producirían jamás. Razonaba conmigo misma en que se tenía que acabar toda esperanza de algo más.
Aparqué y le vi junto a la ventana, me saludo con la mano. A lo mejor me equivocaba y era un punto seguido en aquella tragicomedia. Pero en breves momentos volvería a la realidad.
Me alegro de que todo te vaya bien. Fueron sus palabras, era una despedida en toda regla.
Fuerte me hice ante tal afirmación, actuando como si estuviera en lo cierto. Mantuve la frialdad suficiente para que mi flaqueza no fuese palpable. No podía deshacer tal equivocación.
Jugueteaba con la cucharilla dentro del pocillo de café.
Calmando mi nerviosismo. No podía mirarle a los ojos sin mostrar mi pesar. El
contándome lo bien que estaba con su “novia”. De repente, tenía novia. Hacía tres semanas me hablaba de pasión, de locuras, de viajes, y ahora tenía novia.
Sus palabras taladraban mis entrañas. Desvanecían mis esperanzas de recuperarle. El seguía hablando y yo no escuchaba. No quería escuchar lo que tanto daño me hacia y salía de su boca.
En la tele del bar, noticias que ni me importaban, pero era más fácil prestar atención que a sus palabras que eran dardos envenenados en mi corazón. Me preguntaba por mis proyectos iniciados, hablaba de los suyos.
Contestaba con templanza disfrazando mi rabia y decepción.
En el fondo sabía que tenía mas derecho que nadie a rehacer su vida, nada podía ofrecer. Y de antemano sabíamos que aquella locura era una locura sin resolver.
Pasaban los minutos, que parecían horas eternizadas.
Necesitaba acabar aquel café de cordialidad. En el fondo era un adiós más profundo y el mayor hasta luego pronunciado.
Estaba radiante, más estupendo que nunca. Así que decidí mantener la farsa un poco más. Mantener la calma y la cordura. Y no dejarme llevar por el ímpetu y decirle cuales eran mis sentimientos y que no deseaba perderle.
Sonó el teléfono, inoportuno y oportuno a la vez. Era la excusa perfecta para la desaparecer. Me pareció mi gran actuación. Me disculpé, aludiendo un compromiso surgido de repente. Con una gran sonrisa y un beso en la mejilla me despedí.
Me incitó a quedar otro día, a lo cual respondí un por supuesto. Pero en mi fuero interno sabía que era un por supuesto que no.
Cuando salí del bar me puse a caminar sin poder mirar atrás. Miré el teléfono y buscando los
mensajes que tanto había releído para borrarlos uno por uno, su número también.
Llegué al coche. Sentada ante el volante las lagrimas surgieron inesperadamente y sin poder detenerlas. Sabía el por qué de su aparición. Me dolía ese adiós, adiós definitivo, pues no podría haber una próxima vez. No estaba preparada para una amistad y menos cuando el corazón
sentía algo más.
Era bonito quedar como amigos, pero no cuando una parte
siente y yo sentía demasiadas cosas todavía.
Quedarían los recuerdos, formando parte del olvido, a los que su presencia en mi vida era sometida.
Adiós amigo mío, no habrá nunca un hasta luego.

martes, 6 de marzo de 2012

Volver

Había sido una pesadilla el tiempo transcurrido hasta ese
momento en cual te volví a ver. Tenía veinte mil preguntas en mi cabeza. Donde
has estado? Por qué no me has llamado? Llevo sin saber de ti meses, años. Pensé que habías desaparecido sin dejar rastro.
Te había buscado sin resultado alguno. Todos decían que era un largo viaje.
Pero ni un adiós dejaste dicho.
No quiero reproches. Ni voy a buscar explicaciones. Me basta
con tenerte frente a mi. Necesito besarte, amarte, dejar fluir la pasión que
llevo guardando desde tu adiós sin despedida.
No puede ser un sueño, eres real te puedo tocar, sentir tu piel, tu
olor.
Cuantas cosas que decirte! Cuantas cosas que me llevo
callando! Cuanta falta me hiciste! Cuanto te he querido! Has sido cruel dejándome
pensar que me habías abandonado sin más.
Quiero recuperar el tiempo perdido. El no haber disfrutado de
tu compañía. De nuestras grandes charlas. De nuestros planes aparcados e
inacabados. De nuestro futuro juntos.
Me olvido por un momento de todo, de lo que quise decirte y
nunca pude pronunciar. Me pierdo en tu mirada, me sumerjo en ella y disfruto
nuevamente de ti.
No se necesitan palabras, llegan los sentidos y las
sensaciones. Todo fluye entre nosotros. Tus besos saben como antaño. No puedo
esperar, no quiero que te vuelvas a escapar.
Te subo a casa, te desnudo, examino cada rincón de tu
cuerpo. Eres tú. Tu cicatriz, tu lunar, tu marca… todo esta igual. Te deseo,
necesito sentirte, que sientas mi fuerza. En ese momento se detiene el mundo,
un volcán en erupción y dos cuerpos
fundidos en uno solo ser.
Había deseado, anhelado tanto que esto ocurriera. Han sido
muchas emociones. Pensamientos encontrados. Excitación y un poco de decepción.
Una alegría teñida de tristeza. Superado todo por tu presencia. Finalmente me duermo entre tus brazos.
El teléfono esta
sonando, que suene, ya parará. Lo intento coger. Es el despertador. Me
sobresalto. Miro a mi alrededor. Te busco. La decepción se dibuja en mi cara.
Te has ido de nuevo.
La realidad me
golpea. No estás y nunca volverás. Es
imposible que vuelvas desde el más allá. Pero te cuelas en mis sueños siempre
que quieres, manteniendo vivo tu recuerdo.

domingo, 4 de marzo de 2012

Querer y no poder

No podía besarle. Le miraba y admitía que le quería pero ya
no le amaba. Podía acostarse con el pero no hacer el amor. ¿Cómo había llegado
a esa situación? Era una persona excepcional, cariñoso, amable, inteligente,
gran conversador; el hombre que toda mujer querría, menos ella.
Se había metido en un laberinto sin salida. El la seguía
deseando como el primer día, pero ella no. El seguía recordándole cada día que
la amaba, pero ella no. El seguía
reclamando su presencia, pero ella no. El seguí estando a su lado, pero ella se
distanciaba cada vez más.
Quería dejarlo, dejarlo para que el fuese feliz. Una
felicidad que tenía que encontrar con otra. Sabía que no aceptaría. Cuando se
lo plantease haría cualquier cosa para retenerla.
Llevaba mucho tiempo rondando la idea en su cabeza. Le
miraba y no sentía más que una gran amistad. Era duro. Duro tener que
levantarse cada día a su lado, acostarse cada día a su lado y desear que el de
la cama fuese otro, no él.
A veces se preguntaba si era tan idiota para no percatarse
de su cambio, o si era demasiado listo como para no plantearlo. Ya no sabía que
pensar!
Pasaban los meses, las semanas y los días se estaban
haciendo eternos en aquella prisión de la convivencia. Quería desearlo, quería
verle y acosarlo, quería echarse encima y follarle, quería, quería lo que no
podía. Eso era; no podía. Sabía que se había acabado. Lo que no sabía era como
zanjar su conflicto.
Decidió que fuese él. Que él decidiera dar por terminada la
relación. Aquello era peor. El seguía en su estado de relación perfecta, mujer
perfecta, casa perfecta, …., todo perfecto. ¿Qué perfecto ni que tontería? Eso
era lo que le apetecía chillar. Bueno, eso y ¡Tu no te enteras, chaval!. El
miedo a hacerle daño la detenía. Un miedo que también era por el que dirán. Un
lío tenía montado y tenía que deshacerlo de una vez.
Decidió que el tiempo daría la solución más tarde o más
temprano, que fuese más temprano que tarde pensaba. No iba a hacer nada, estaba
demasiado cansada de pensar.
El la buscó como cada día. Un rechazo inicial por parte de
ella, pero como ya estaba resignada terminó accediendo a sus pretensiones. Le
dejó acariciarla, sentir su cuerpo, pero no quería besarlo. Finalmente le
folló, el mejor polvo en tiempos, según él. Según ella, uno más. Cuando terminó
la abrazó, ella sutilmente se escabulló hacía el cuarto de baño.
En aquella soledad empezaron a recorrer por sus mejillas las
lágrimas que tanto había guardado. Intentaba detenerlas, brotaban de forma
irremediable. Sabía que eso era el fin.
Entró en la habitación y con una tranquilidad que ella misma
desconocía tener le dijo que tenían que hablar. Parecía no enterarse de lo que
pasaba. Ella continúo con un discurso
tantas veces había ensayado en silencio. “Lo siento, Te quiero, te
quiero mucho, pero no de la forma que tu quieres que te quiera” Se miraron y el
no dijo nada. Simplemente cerró los ojos y se volvió hacia la pared.
Ella quería abrazarlo, quería consolarlo, quería que no
sufriera. Ella quería, quería desaparecer y empezar de nuevo lejos de allí. Se
había confirmado, se puede querer y no amar, se puede querer y no desear y sino
se desea es mejor dejarlo pasar.

sábado, 3 de marzo de 2012

Reflexiones adolescentes de una futura escritora

Nunca pensé que llegara el momento en que dudara de mis
conocimientos, de mi forma de ser. Que intentara cambiar unas ideas que
consideraba inamovibles. Pero no se puede mantener algo inalterable por siempre
y pese a lo que pensemos nosotros mismos va variando. Mirar el recuerdo
facilita apoyar ese cambio, mirar nuestros restos es algo que facilita mi falsa
hipocresía.
Me considero una
persona con una concepción de la vida bien formada. Soy bastante pragmática y realista. Lo que claramente ronda mi cabeza es que hay
sueños inalcanzables y más cuando parten
de un punto económico.
Me han convencido
para que no me rinda y luche por lo que amo por lo que quiero al fin lograr. Es
fácil animarte cuando has llegado a la meta, satisfecha por los logros obtenidos, pero cuando tienes que
recorrer el camino te cuesta creer lo que tanto te animan a hacer. Ante la duda
y la falta de animo puede mi voluntad y
el empeño puesto en esta empresa por lo que tarde me daré por vencida, tal vez
entonces cesara mis ganas por hallar ese fin.
Ahora me encuentro
empezando el camino, poco a poco comenzado a dar los primeros pasos, con miedo,
con reticencia. Me inunda el pánico a poder errar. Pero si no sigo adelante no
sabré si caeré o triunfare. Por lo que
mi mismo ego puede sobre cualquier fallo encontrado. Son mas las ansias de
conseguirlo que las de quedar lamentándome
el día de mañana.
Amante de la literatura,
escritura sin consuma; así me describió un crítico familiar hace unos poco. No
entendí sus palabras pero me llenó de la suficiente confianza para escribir mis
primeras palabras.
Tan solo con una hoja
de papel ante mi y un bolígrafo en la mano. Me enfrenté al reto de llenarla. Parece
ridículo pero de mi, brotaron fantasías que se transformaban en hechos plasmados
con sencillez, y claramente comprendidos por los demás.
Había algo peor que suponía mi gran reparo; enseñar lo
escrito. Nunca tendría el valor para mostrar algo tan privado como mis
sentimientos escritos. Aunque el lector fuese un extraño, por muy objetivo e impersonal que llegara a ser.
Anhelaba tener fuerza,
que en mi flaqueaba. De donde sacarla? El tiempo, el lugar y las circunstancias
y por supuesto mi fuerza interior, mi
tesón, me ayudarían a llevarlo a buen puerto. Al fin y al cabo era una crítica,
eso contribuiría a que mis frágiles escritos pudiesen algún día ser algo
más.
Y así cuando me
suponía madura para mi corta edad aprendí que me faltaban grandes cosas por
descubrir y escribir.

jueves, 1 de marzo de 2012

El reencuentro

La tarde pasaba y no
pasaba nada. Tirada en el sofá mirando al techo, y sus pensamientos llenos de
su presencia. Mirando un teléfono que no sonaba. Preguntándose que había pasado.
Preguntándose el por qué de su ausencia. Sus palabras estaban grabadas en su mente. Podía
repetirlas una a una sin fallar ninguna. No entendía ese cambio de opinión en una
semana. Solo hacía unos días la deseaba, como un animal en celo. Le aseguraba sus ganas de tenerla, poseerla,
comerla, saborearla. Y ahora silencio. Silencio. Silencio. Silencio.
Sus pensamientos
llenaban la habitación. Sólo anhelaba que se hicieran realidad. Poder sentir su
olor, sentir su piel, sus labios en sus labios. Sólo, sentirse mujer.
Siguió desbaratando cualquier opción lógica hasta que el
sueño la venció. Cuando despertó era ya de madrugada y todo seguía igual. Se
fue a su cama, que tanto anhelaba tener su presencia.
A la mañana, se despertó con él rondando de nuevo en su
cabeza. Estaba harta, harta de esperar. Se levantó y como alguien robotizado,
se preparó el desayuno, buscó la maleta y la hizo meticulosamente, como si su
preparación ya estuviese diseñada desde hacía mucho tiempo.
Casi media sonámbula se metió en al ducha. El agua cayendo en
su cuerpo desnudo encendía el deseo de tenerle detrás, sintiendo su respiración
acelerada, besándole el cuello, recorriendo con sus manos sus pechos, haciéndola
gozar una y otra vez. Cerró el grifo y se esfumó su ensimismamiento. Se secó
como si de un ritual se tratase. Cada poro de su piel estaba ya encendido y en
está ocasión no esperaría a que otro lo apagase. Se vistió, agarró la maleta y salió por la
puerta.
Ya en el coche y con un cigarrillo en la mano, empezó a ser
consciente de lo que iba a hacer. Una locura. Una locura en mayúsculas. Tenía
que o abrir o cerrar la puerta de una vez. Estaba harta de tener la duda. Duda
que nadie disipaba y la carcomía por dentro. Era el ahora o nunca, pues sería
el ahora. Se lanzaba a la aventura.
La verdad es que
tampoco quería conducir en aquel estado de excitación mental. Eran muchos
kilómetros y mucha carretera por delante. Lo pensó mejor. Se dirigió a la
estación aparcó el coche y sin mucha prisa miro el tablón. Sabía su destino,
solo faltaba la suficiente valentía para subirse al tren.
Con el billete en la mano, se debatía en lo racional y lo
pasional de aquello. No debía o si quería. Un dialogo unidireccional que
siempre acababa en lo que sus sentimientos no querían callar. Finalmente
silenciados por la megafonía que anunciaban su salida.
Allí estaba, dispuesta a hacer un viaje nada desconocido,
que tantas veces había recorrido aunque no para encontrarse con él. Tenía por delante muchas horas. Horas para
pensar, para leer, para dormir, para soñar, para agobiarse, para reflexionar,
para arrepentirse, para nada… no había vuelta atrás, aun no estaba tan loca
como para apearse en cualquier sitio, iría hasta la ultima parada.
Se acomodó en su asiento, respiró hondo. Como si aquella
respiración profunda le diera la serenidad para afrontar el viaje. Miró por la ventana y se dejo llevar al ritmo
de tracateo del tren por lo railes.
No sabía muy bien que
hacer al llegar a destino. Llamarle antes era una buena opción. Avisar de sus
intenciones tampoco estaba mal. Pero el miedo al rechazo era mayor que la
cordura. Finalmente pensó que la mejor
idea era llegar al final del trayecto y allí ya decidir lo que hacer.
Según avanzaba el tren avanzaban sus ansias por llegar. Por
desvelar el misterio tan bien guardado. Necesitaba hablar, ser escuchada o ser
parte del olvido. Quería dejar de soñar y hacer realidad lo que su imaginación
había forjado a fuerza de impulsos recíprocos. No quería más ilusiones
fallidas. No más promesas falsas que incumplidas. A fin de cuentas buscaba respuestas.
El espejismo debía de tomar forma. Se habían visto, se
habían amado con pasión indescriptible. Se habían odiado. Se habían perdonado.
Eran amantes, amantes siempre en la distancia. Nunca había escuchado su voz, y
sin embargo sabía sus secretos más profundos. Nunca había tocado su piel pero
conocía cada centímetro de su cuerpo. Nunca sintiera su aliento aunque su
respiración encendiera su deseo.
Aquello era una locura sin sentido. Una
apuesta a la jugada perdedora. Un querer sabiendo que era un no poder. Cuando
estaba a de arrepentirse se detuvo el tren. Estaba en la última
estación, había llegado a su destino.
Bajó temerosa. Sus
manos sudaban y su pensamiento estaba confuso.
Se sentó en un banco sin saber muy bien que hacer. El teléfono entre sus dedos era un juguete sin más.
Llegados a este punto no podía echarse atrás. Marcó su
numero tantas veces memorizado y sin usarlo jamás. Deseó que estuviese apagado
o que rechazara la llamada. No fue así. Una voz contestó. Era conocida,
familiar, como se la había imaginado. Un
hola y un que tal, fue el inicio de una conversación sin mucha complejidad,
cordial, llevadera. De repente se atrevió a decir:
¿Invitas a una caña?.
Claro¡¡ -contestó- cuando?.
Ahora
¿Dónde estas?
En la estación
No escuchó nada más, el teléfono se cortó y se quedó mirándolo suplicando una respuesta de lo que acaba de pasar.
Aturdida era poco para su estado. Descolocada también. No tenía capacidad para
entender lo ocurrido.
Se sentó de nuevo. Y allí
estuvo, sin llevar cuanta del tiempo. Simplemente una brisa en su pelo la
devolvió a la realidad. Se giró y allí estaba él. La observaba y una sonrisa
dibujada en sus labios completaba la imagen. Miradas que se cruzan diciendo tanto sin
decir. Manos que se buscan y se encuentran, bocas que se comen y labios que no
se quieren separar.
Ese roce inicial fue
el comienzo del éxtasis de dos amantes que se acababan de rencontrar, después
de amarse en la distancia sin atreverse a recorrer el espacio material que
separaba una pasión que no se podía controlar ni se quería evitar.