viernes, 16 de marzo de 2012

Un adios no es un hasta luego

Decidí quedar con él. Prepararme para el desenlace que sabía de antemano que se produciría tarde o temprano. Me arreglé como se de una cita se tratase. Acudiría con mi mejor ropa y mi mejor sonrisa.
Durante el camino mi pensamiento iba recolectando imágenes del pasado sabiendo que no se producirían jamás. Razonaba conmigo misma en que se tenía que acabar toda esperanza de algo más.
Aparqué y le vi junto a la ventana, me saludo con la mano. A lo mejor me equivocaba y era un punto seguido en aquella tragicomedia. Pero en breves momentos volvería a la realidad.
Me alegro de que todo te vaya bien. Fueron sus palabras, era una despedida en toda regla.
Fuerte me hice ante tal afirmación, actuando como si estuviera en lo cierto. Mantuve la frialdad suficiente para que mi flaqueza no fuese palpable. No podía deshacer tal equivocación.
Jugueteaba con la cucharilla dentro del pocillo de café.
Calmando mi nerviosismo. No podía mirarle a los ojos sin mostrar mi pesar. El
contándome lo bien que estaba con su “novia”. De repente, tenía novia. Hacía tres semanas me hablaba de pasión, de locuras, de viajes, y ahora tenía novia.
Sus palabras taladraban mis entrañas. Desvanecían mis esperanzas de recuperarle. El seguía hablando y yo no escuchaba. No quería escuchar lo que tanto daño me hacia y salía de su boca.
En la tele del bar, noticias que ni me importaban, pero era más fácil prestar atención que a sus palabras que eran dardos envenenados en mi corazón. Me preguntaba por mis proyectos iniciados, hablaba de los suyos.
Contestaba con templanza disfrazando mi rabia y decepción.
En el fondo sabía que tenía mas derecho que nadie a rehacer su vida, nada podía ofrecer. Y de antemano sabíamos que aquella locura era una locura sin resolver.
Pasaban los minutos, que parecían horas eternizadas.
Necesitaba acabar aquel café de cordialidad. En el fondo era un adiós más profundo y el mayor hasta luego pronunciado.
Estaba radiante, más estupendo que nunca. Así que decidí mantener la farsa un poco más. Mantener la calma y la cordura. Y no dejarme llevar por el ímpetu y decirle cuales eran mis sentimientos y que no deseaba perderle.
Sonó el teléfono, inoportuno y oportuno a la vez. Era la excusa perfecta para la desaparecer. Me pareció mi gran actuación. Me disculpé, aludiendo un compromiso surgido de repente. Con una gran sonrisa y un beso en la mejilla me despedí.
Me incitó a quedar otro día, a lo cual respondí un por supuesto. Pero en mi fuero interno sabía que era un por supuesto que no.
Cuando salí del bar me puse a caminar sin poder mirar atrás. Miré el teléfono y buscando los
mensajes que tanto había releído para borrarlos uno por uno, su número también.
Llegué al coche. Sentada ante el volante las lagrimas surgieron inesperadamente y sin poder detenerlas. Sabía el por qué de su aparición. Me dolía ese adiós, adiós definitivo, pues no podría haber una próxima vez. No estaba preparada para una amistad y menos cuando el corazón
sentía algo más.
Era bonito quedar como amigos, pero no cuando una parte
siente y yo sentía demasiadas cosas todavía.
Quedarían los recuerdos, formando parte del olvido, a los que su presencia en mi vida era sometida.
Adiós amigo mío, no habrá nunca un hasta luego.

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