miércoles, 20 de junio de 2012

Lluvia


Sentada en la cafetería, veía a través del cristal. Era agua fina que poco a poco iba cambiando el color de la piedra seca. La teñía de color oscuro, brillante.
 Con las primeras gotas la gente pasaba impasible. En cuanto empezó a ser  contante se resguardaban debajo de los soportales. Otros corrían desafiando al acierto de las gotas en su cuerpo. Y algunos ponían las bolsas y carpetas sobre sus cabezas como si así la lluvia les fuese a resbalar.

Me quedé presa de la lluvia, presa de su magnetismo, que poco a poco me llamaba, me arrastraba hacia ella.

No sé que me impulsó a ello, pero me fui levantando de la silla y me dirigí hacia fuera.

La lluvia caía. Empezó a mojarme. Estaba fría. En segundos dejó de importarme y el agua empezó a penetrarme.

Levanté la mirada, sentía cada gota rozando mi rostro. Pasé las manos por la cara como si la secase para sentirla de nuevo.

Empecé a girar como un tiovivo. Me sentía feliz, felicidad que se reflejaba toda en mi.

No sé si alguien me miraba, si alguien se fijaba en mi poco apropiado proceder, pero no me importaba. No recuerdo el tiempo que estuve dejando que la lluvia me mojase, que borrara cualquier resto de mal rollo de ese día.

Empapada, calada estaba, pero la sensación de  libertad, de tranquilidad que sentí jamás la he vuelto a experimentar.

1 comentario:

  1. Y qué es la lluvia sino diminutas gotas de cielo que se posan en la piel hasta formar el pequeño río que, discurriendo cuerpo abajo, arrastra consigo, tal vez, las también diminutas motas de melancolía para devolverlas al cielo...

    Y si llueve de nuevo?? A volver bajo la lluvia, sin importar quien mire. :-)

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