Estaba harta. Mi vida era rutina constante; casa al trabajo,
del trabajo a casa. Los fines de semana no tenía ganas de nada. Un aburrimiento
de vida. Quería cambiar pero tampoco sabía como.
Aquel día como cada lunes llegué pronto para aparcar,
después era casi imposible encontrar un hueco. Al entrar me dirigí al ascensor,
tenía la mañana vaga. Estaba bloqueado y ensimismada me quede mirando al
técnico sin prestarle atención. De esos momentos que dejas perdida la mirada
sin mirar, sin prestar atención donde están fijos tus ojos. No se el tiempo que
estuve así pero una voz me despertó. Reaccioné y sin darme cuenta sonreí.
Hacía tanto tiempo que no esbozaba una sonrisa que no pude
evitar fijarme en él. Intercambié un par de frases y cortésmente me despedí para
dirigirme a las escaleras. Sin darme cuenta era la primera vez que empezaba mi
jornada de buen humor.
Por primera vez en mucho tiempo mis compañeros me veían sonreír.
Pero en realidad nada había cambiado en mi vida. Al acabar me fui a casa y
tirada en el sofá seguía cautivada por la sonrisa de aquel extraño.
A la mañana siguiente no encontraba que ponerme nada me
convencía. Sacaba la ropa del armario la miraba, esto no, aquello tampoco. Era
como si nada le sentara bien, o no se encontraba con nada.
Se hacía tarde, y al final unos vaqueros una camisa y ya
esta. No tenía tiempo ni para maquillarme un poco.
De camino al trabajo notaba como el corazón me latía fuerte,
la idea de volver a verlo me azoraba. Entré en el edificio y allí estaba él.
Las miradas se cruzaron de nuevo, y mi nerviosismo era evidente. No sabía a donde mirar, como
colocar las manos. La saludo con una gran sonrisa y un piropo que me ruborizó.
Subí las escaleras como si flotando estuviera. El día se
hizo eterno, solo esperaba que se acabara para encontrármelo a la mañana
siguiente. No podía sacárselo de la cabeza y empezaba a fantasear con un
encuentro con el.
Me dormí con él en el pensamiento. Me desperté con la
sensación de haber tenido el mejor polvo en años. Como era posible. Aquello
tenía que solucionarlo pero a lo de ya.
Decidida estaba a salir de dudas. Así que cuando lo viera se
acabaría la timidez e intentaría que fluyera algo más. Le sorprendería. Pero la
sorprendida fui yo. Al llegar al ascensor, el no estaba. Me entristecí. El día
se tornaba gris. Aunque como en todo día lluvioso siempre aparece un rayo de
sol.
Apunto de terminar la jornada, apareció por allí. Me preguntó si tenía un momento
sino esperaría a que acabara. Me
esperaría en el almacén de mantenimiento. No entendía muy bien el mensaje.
Estaba decidida a ir a buscarlo al acabar.
Recogí las cosas, me despedí y al sótano fui directa. Con
una sonrisa picarona me recibió. Esa sonrisa era más clarificadora que mil
palabras dichas. Se acercó, me cogió la mano y me metió para dentro, no opuse resistencia.
Se acercó, mi respiración se iba acelerando poco a poco. Mi pensamiento
solo era dejarme llevar. Cogió entre sus manos mi cara y suavemente me
beso, respondí y busqué de nuevo sus labios entreabiertos
sentí su lengua. Esos besos hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda. Sus manos con gran destreza
desabotonaron uno a uno cada botón de mi camisa. Sin percatarme me encontré desnuda
ante él. Exploraba cada centímetro de mi
piel, empezando por el cuello, siguiendo por mi pecho. Parecía conocer cada
poro, cada lunar, cada terminación.
Desvanecí en brazos
del deseo. Disfruté, me estremecí. Gocé, sude y me desmayé de placer.
Esas imágenes están en mi retina, esas sensaciones en mi
cuerpo, ese placer en mi memoria. Serán imborrables. No se cuando se marchó, ni
cuando sola me quedé, simplemente dejó un último beso en mis labios y una gran
sonrisa de satisfacción en mi rostro.
Cuando me recuperé de la excitación, fui consciente de lo
que acababa de pasarme. No era muy creíble, así que decidí no contarlo. Me vestí.
Me arregle como pude y al abrir la
puerta él seguí allí. Solo me miró y sonrió.
Salí flotando,
deseando comerme el mundo. El había sido
el rayito de sol que se filtra después de una tormenta. Un día gris se tornó de
colores.
Fui rebobinando escena a escena, fotograma a fotograma y no
pude evitar sentir la humedad que aquel recuerdo me producía. Dormí mejor que
nunca y con la sensación de que todo había sido un sueño. Al despertarme mi
sonrisa era perenne, no la había borrado ni la oscura noche.
Me vestí en dos minutos deseando llegar a trabajar, a
cruzarme con aquel extraño. Aquel hombre que me devolvió la pasión dormida.
Entré con paso firme, no estaba. Pero no me importó su
ausencia porque su presencia eran mis ganas de vivir, de disfrutar de nuevo, de
nuevas cosas.
Se que me cruzaría de nuevo con él y esta vez ya no sería un
extraño sino un viejo amigo.
Tal vez había descubierto que siempre aparece un día que hace añicos la rutina y da brillo a los ojos. Que al abrir los ojos hay de nuevo instantes que nos dejan en los labios conocidos sabores que, sin embargo, saben a nuevo. Que tras una mirada ya no hay extraños. Tal vez...
ResponderEliminarVida, pasión y deseos... Impresionante. Me gustó.
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