miércoles, 2 de mayo de 2012

Una experiencia




Sienta bien estar de nuevo en casa. Fue lo primero que pensé al despertarme. Al  llevar tanto tiempo fuera y volver a tu cuarto de la infancia es extraño. Parecía de otra persona, pero guardaba la esencia de la inocencia dejada atrás.


Visitas a familiares, a amigos y lugares. Toda una felicidad para el cuerpo y el alma. La sencillez de mi lugar de nacimiento era lo que necesitaba para rencontrarme.  Pero algo perturbó aquella calma. Mi padre, como siempre, a la hora de comer conectó el televisor. Esa costumbre  no había cambiado. Ver las noticias al mediodía era y seguía siendo sagrado en casa, como un complemento más de la reunión familiar.


Yo desconectaba, pues pensaba que era más de lo mismo. Sin percatarme me vi prestando atención al presentador uniformado. Otra catástrofe en nuestra tierra. Un petrolero estaba encallado en la costa. Otra vez no, no podía ser. Pues si, la historia parecía repetirse.  En principio no suponía riesgo de fuga de fuel, pero esas cosas nunca se saben.


Los políticos de turno haciendo declaraciones para llamar a la tranquilidad. Ecologistas por el contrario, advertían de lo peligroso que se podía volver si no se actuaba a tiempo y sin demora. La marea podría llevar el fuel a la costa, si llegase  a producirse algún escape, y sería fatal.


 No podía pensar lo que ocurriría si los malos presagios se hacían realidad. Enseguida cambiaron a otros temas, pero mi cabeza no dejo de mandarme mensajes de preocupación.


En los días posteriores decidí retomar viejas amistades. Así que las horas transcurrían entre cafés, cañas y de paso buscar algún empleo u ocupación. Pero las noticias sobre el carguero no pararon de aparecer en los medios, siendo cada vez más frecuentes y preocupantes.  El crudo estaba vertido en el mar y se acercaba a la costa. Las imágenes eran espectaculares y la tragedia aún mayor.


No paraba de decirme a mi mismo que tenía que hacer algo, no quería quedarme de brazos cruzados. Esa idea me rondaba en la cabeza. No podía  dejar de darle vueltas. Era un run run constante. Era como un torbellino de pensamientos hasta que las imágenes de gente acercándose a la playa para limpiar aquella masa negra que lo empezaba a cubrir todo, me impactó.


De nuevo  el televisor amenizó la comida, mas bien la avinagraba. Las noticias ya eran monotemáticas. Un rayo de esperanza se vislumbraba entre tanta negrura, gente limpiando las playas, con palas, cubos… cualquier cosa valía para esa personas solidarias. En silencio mirábamos  y callábamos. Eran de esos momentos que las palabras solo estorbaban.


Algo en mi interior se revolvía, como si quisiera salir. De repente un grito surgió de mi garganta:


-Me voy allí.


Mi padre me miró con cara de extrañado y sorprendido por lo imperativo de mis palabras.


-¿Te vas a donde?


Por un segundo, mi mente se bloqueó y un nudo en la garganta casi ni me dejaba hablar. Finalmente musite:


-Allá me voy- señalando el televisor.


-¿Pero que se te perdió a ti allí?- indagó mi padre mirándome.


No supe que contestar. Me callé, me senté y seguí comiendo.


Al día siguiente, me levanté temprano. Preparé una mochila con lo básico y me despedí por unos días. Nadie hizo preguntas, estaban acostumbrados a mis ausencias. Aunque era extraño, acaba de llegar y me volvía a marchar.


Me encaminé hacia la estación, con caminar tranquilo pero mis pasos eran firmes y temerosos a la vez.  Al llegar allí había muchos jóvenes, mayores… la mayoría con mochilas. Sospeché que llevarían el mismo destino que yo. Eso me hizo reflexionar que la juventud no estaba tan perdida como nos querían hacer creer.


Llegó el tren, y la estación se fue vaciando, quedando desierta. Me acomode en un asiento y mirando por la ventanilla se inició el trayecto.  Los arboles, las montañas, lo verde de nuestra tierra, tan llena de vida.  El azul de nuestras aguas, la arena de nuestras playas, la grandeza de nuestro mar ahora dañado. Con esos pensamientos iban pasando las horas, haciendo el viaje corto.


Cuando se detuvo el tren, empezaron a apearse los pasajeros. No uno, ni dos, ni tres…sino una marabunta de personas. Y como si de una procesión se tratase nos dirigimos por las calles del pueblo desierto. Alguna señora en la puerta de una casa nos miraba entre curiosidad y satisfacción.


Según nos acercábamos a la playa, la gente se iba parando con la mirada perdida fijada en aquella impactante imagen. Era un manto negro salpicado de bultos blancos que se iban tiñendo de negro por el fuel.


Repartían los monos, los guantes, las mascarillas, los cubos, las palas, todo en la entrada de la playa. Ni los vi. Mis ojos estaban clavados en aquella imagen distorsionada e infernal pintada con un rayo de esperanza. Mientras me acercaba, la masa pegajosa lo impregnaba todo. Había toneladas y toneladas de mierda. Si era una mierda todo aquello, mierda era lo que había destruido la vida de tanta gente. El  desastre, naturaleza muerta que casi no se podía apreciar. La otra mierda era  incompetencia de los políticos, mierda mierda y más mierda.


Lo peor vino después. Me sobresalté al ver mover aquella asquerosa mancha negra, como si tuviera vida.  Entre miedo y curiosidad me acerqué. Mi sorpresa fue mayúscula al ver una gaviota moribunda, intentando aletear para salir airosa de la prisión  que sin buscarlo estaba sometida. Intente salvarla, pero su sentencia ya estaba dictada.


Pase semanas limpiando aquello. Buenas amistades, grandes historias y cambios en la forma de pensar, todo eso ocurrió. Mi cuerpo seguía siendo el mismo, pero muchas cosas se transformaron dentro de mí. Fue una gran experiencia.


Ahora tiempo más tarde, y mirado desde la lejanía,  no he conseguido eliminar aquella imagen de  mi retina, ni de mi recuerdo. Hoy, en la distancia, parece todo volver a la normalidad. Ya nadie habla lo recuerda, de la catástrofe que fue aquello. Pero en mi mente  sigue anclada aquella gaviota como metáfora de todo lo que  fue.







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