La luz entraba por la ventana e
iluminaba toda la habitación. Poco a poco me fui despertando. Abrí los ojos y
miré al techo. Mi mirada recorrió la estancia intentando ubicarme. Poco a poco
vinieron a mi mente la noche anterior. Difícilmente la olvidaría en mucho
tiempo. Le escuche respirar y me giré hacia él. Allí estaba Sergio, durmiendo plácidamente.
Durante unos minutos le observé. Tan tranquilo, respiración pausada y una leve
sonrisa en sus labios.
Por un momento, tuve el impulso
de despertarle, de continuar lo que había empezado la noche anterior, pero no
lo hice. Disfrute de aquella imagen en silencio, sellándola en mi retina para
no olvidarla jamás.
Pasé mi mano suavemente por su pelo
negro, acaricié sus mejillas y rocé sus labios con la punta de mis dedos. En mi
rostro se dibujó una sonrisa agridulce. Los pensamientos sobre lo que hacer se
alborotaban en mi cabeza. Si me vestía y me iba, seguramente no habría una
segunda vez. Y si me quedaba me enamoraría de aquel hombre que me había hechizado
con su mirada y su sonrisa, y mas cosas
que no era el momento de recordar porque terminaría despertándolo y repitiendo
la noche anterior.
Decidí levantarme y sin mover
mucho las sábanas me fui retirando, aunque no pude evitar echar un vistazo a lo
que había bajo ellas, sonreí picaronamente.
De puntillas por la habitación
fui recogiendo mis cosas, estaban esparcidas, los tacones uno en cada esquina,
las medias,…. Metí las cosas de cualquier manera y cerré la maleta. Y sin
apenas dejar rastro de mí más que en su piel, abrí la puerta y salí de la habitación.
En el ascensor no pude evitar
mirar mi reflejo en el espejo, mi rostro tenía un brillo especial y la sonrisa
seguía en mis labios sin desdibujarse. Pero
no había vuelta atrás.
El recepcionista entretenido detrás
del mostrador ni me miraba, me acerqué y
acerté a decir;
-Un sobre, un folio y un bolígrafo,
por favor.
Salí del hotel después de dejar
la nota y con la maleta llena de sensaciones contradictorias. Quería quedarme
pero no tenía el valor suficiente. Ya sentada al volante decidí iniciar el
regreso. Tenía un par de horas para asentar las ideas en soledad.
Según recorría kilómetros la sensación
de que me alejaba de mi misma me invadía cada vez más. Era una opresión
que se apoderaba de mi alma. Conduje casi
sin prestar atención, ni a la carretera ni a los letreros, mi mente estaba
ocupada en otros menesteres. Después de
casi dos horas desperté de mi ensimismamiento y paré el coche.
No estaba en mi cuidad, no eran
mis calles, pero todo me era terriblemente familiar. Decidí arrancar de nuevo. El coche no quería ponerse
en marcha. Era lo que me faltaba. Intento
uno, nada. Intento dos, nada. Intento tres, nada….. me impacienté. Baje del
coche, encendí un pitillo y busqué calma. No sabía que hacía allí y encima el
coche así.
De repente entendí el lugar, las
casualidades….
Caminando por la calle venía Sergio,
desde lejos me vio. Clavó su mirada en mi, no la apartaba y yo la mantenía. Mi nerviosismo
aumentaba y por primera vez sentí las mariposas en el estomago.
A dos metros de mi, entre
curiosidad, sorpresa y seguridad me preguntó:
-Qué haces tu aquí?
-Vine para quedarme- balbuceé sin
apartar la mirada.
Sonrió con la mirada, se acercó y
me besó. Las palabras ya sobraban.
Entré por el nombre del blog... una frase que yo utilizo mucho y no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho.
ResponderEliminarLástima que sea del año pasado... Venga, anímate y sigue...
En el momento de publicarlo, he visto que hay varios de este año... disculpa mi precipitación... :(
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