Ana llevaba meses nerviosa pensando en aquel encuentro. Nerviosa,
impaciente pero anhelosa de llegara el ansiado momento. Estaba temerosa de
tenerle enfrente. Aquellos besos furtivos, temblorosos que se habían dado poco
tiempo atrás, sólo habían incendiado más una pasión que crecía a cada momento.
Ella no paraba de recordar aquel el instante que se vieron por primera vez. Se sentía
devorada por la mirada de él. Aquellos ojos marrones tan transparentes dejaban
ver lo que las palabras no podían ni eran capaces de decir. Corriente, conexión, unión, feeling…. Tantas sensaciones
aun por descubrir.
Su mente no quería despegarse de los recuerdos de aquella
tarde de verano, cuando por casualidad premeditada, se encontraron solos uno
frente al otro. Ana con una serenidad que ocultaba su gran nerviosismo, sus
manos temblorosas y que con fuerza él se las agarró, entrelazándolas con las
suyas. El roce de sus dedos. La miró y
sin mediar palabra la besó. Sus labios se acoplaron a la perfección, sus
lenguas se buscaban en una sintonía perfecta. Sus brazos la rodearon como
queriendo impedir que se escapara. Ana no tenía intención de escaparse de la
prisión de aquel calor, de aquel cariño, de aquella pasión.
Se besaban, se miraban, el metía los dedos entre su pelo,
acaricia su mejilla. La apretaba contra su cuerpo. Un constante y continuo
deseo de darle todos los mimos que no había tenido ocasión de ofrecerle.
Un beso en el cuello que hoy pasado el tiempo un hace que le
corra un escalofrío por toda la espalda.
Se sentía como una adolescente en su primera cita con su primer amor.
Se miraron a los ojos un instante, instante en que su
corazón quedó al descubierto y de sus
labios brotó un te quiero. A ella se le encogió el estomago y solo atendió a
responder; yo también.
Se besaron como si no hubiese mañana. Como si cada beso
quisiera demostrar todo lo que habían callado, todo lo que se habían guardado
por miedo, por temor. Esos besos eran como una consumación de los sentimientos que intentaran aplacar. Esos
besos que devoraban como si en sus labios hubiese hambre atrasada.
Ana con los ojos cerrados tumbada en cama, sentía los besos
como si fuese hoy mismo. Sentía su calor. Su aroma le impregnaba los sentidos. Seguía
recordando cada momento como si de una película a cámara lenta se tratase.
Los dos sabían que ese primer encuentro de sus pieles sólo
era el principio. Ya no había vuelta atrás. Acababan de pasar aquella línea que
ambos tenían tanto temor de cruzar.
Como en todo encuentro, también llegaría la hora de la
despedida. Decirse adiós no, simplemente hasta pronto. Fue duro despegarse de aquel cuerpo deseoso
de poseerla, de aquellas manos que se aferraban a las suyas. Pero el tiempo apremiaba
y no podían dilatarlo más.
Sus miradas prometieron volver a cruzarse. Y poco a poco
fueron poniendo centímetros, metros entre los dos. Cada uno volvió por donde había
llegado.
Ahora ella planeaba ese nuevo encuentro. Estar juntos otra
vez, sin prisa, solo los dos. Uno para el otro y otro para uno, y decidir que
hacer con lo que ese día había nacido. Ser
uno sólo. Entregarse a él en cuerpo en alma y poseer su corazón y su ser.
Aquel día se fue como llegó, como un espejismo pero en el corazón
de Ana se había encendido una llama difícil de apagar. Y que ahora simplemente
buscaba y conseguiría hacerlo realidad.
Guau...llámalo pasión ...cada vez lo haces mejor...
ResponderEliminarMagoe soy tu limoncillo. Eres muy prodigiosa
ResponderEliminar