Estaba muerta en vida, sin estar postrada en una cama, sin
estar físicamente, si no enferma del alma. Una enfermedad que cada vez se
volvía más incurable. Sentía la soledad más absoluta a pesar de estar rodeada
de gente. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin pestañear ni provocarlas.
Volviéndose un acto casi incontrolable. Una agonía incesante, que no se detenía
pero iba carcomiendo por dentro todo a su paso. Todo lo convertía en un
tormento atroz.
Entró en casa y estaba vacía. Solo sus pasos llenaban el
espacio. Ese espacio que poco a poco oprimía más su alma. Sus pesares estaban
ocupando todos sus muebles. Los armarios llenos de recuerdos, los cajones
llenos de errores, la cómoda guardaba las malas decisiones y por doquier a la
gente que había dejado escapar de su vida sin ponerle remedio.
Se miró en el espejo y no se reconoció. Donde quedó su
sonrisa? Donde quedo su alegría? Sonde el brillo que desprendían sus ojos
antaño?
Todo se perdió por el camino. Cuándo? Difícil recordarlo.
Todo se fue torciendo. Minando sus ganas de vivir. Se había metido en un pozo
sin fondo del que ahora casi le resultaba imposible salir.
Se sentó en el sofá y el agotamiento le venció. Después de
unos minutos se despertó. No fue un sueño reparador, el desasosiego estaba
dentro de su ser. Encendió un cigarrillo pero ni así se tranquilizó.
Ya no podía más. El peso que cargaba su espalda era
demoledor, le hacía andar encorvado. Sus movimientos se volvían más lentos. Su desanimo
crecía por momentos.
No podía seguir así. Lo tenía claro. Nadie le echaría de
menos, nadie lloraría su ausencia, nadie le recordaría, nadie, nadie, nadie….
NADIE. Eso era lo más duro. Percatarse de ello fue determinante para tomar la decisión.
Llenó la bañera de agua. Puso música y se desvistió ceremonialmente.
Cada cosa en su sitio, perfectamente doblada. Primero un pie después el otro y
poco a poco todo el cuerpo.
Sin hacer ruido se
fue apagando. Se fue como había llegado sin que NADIE la echara en falta. Su desvivir
dejaba de ser su cárcel, su prisión.
Toda el agua se tiñó de rojo y sus ojos se cerraron despacio para no
volver a abrirse jamás
Yo solo quiero que si me voy al recordarme una sonrisa les ilumine un ratito...
ResponderEliminarA veces el nadie es una palabra demasiado grande para pronunciarla. A veces..... Enhorabuena como siempre. :-)
ResponderEliminarMe gusta, pero esa gran capacidad y sensibilidad hay que convertirla en optimismo... Tu narrativa y forma de expresar los sentimientos es admirable.
ResponderEliminarArriba Malena, siempre arriba.
Un abrazo