Sentado en el sofá
con la copa de vino en la mano, la miraba. Era una visión poderosa. Ella me
sonreía con picardía disfraza de timidez. Jugaba a desafiar mi interés sin
mediar más palabras que las que emanaba su cuerpo. Evocaba mis sentidos y
despertaba mis instintos.
Jugaba con su pelo mientras no dejaba de analizar mis
respuestas. Recorría cada centímetro de su figura vestida. Me provocaba.
Controlaba su sensualidad con gran maestría.
Movía la copa, aspiraba su aroma como si el de ella
fuese. Le di un sorbo al vino y mientras recorría mi garganta, imaginaba mis
dedos paseando por su piel ardiendo y deseoso de ser tocado.
Cruzábamos miradas llenas de excitación. Su mano acariciaba su cuello. Era una sutil
invitación que no quería rechazar. El vino
y sus feromonas aumentaban la temperatura de la habitación. Todo ella era sensualidad. Desde la manera de
cruzar sus piernas, sus ademanes, su forma de mirar, como se mordía el labio,
su lengua juguetona.
Mi imaginación no podía dejar de mandar a mi mente mensajes.
Embelesado disfrutaba de la visión de aquella mujer menuda pero tremendamente
fascinante.
Me acerqué a la mesa sin dejar de penetrarla con la
mirada. Ella seguía mis movimientos sin
perturbarse. Deposité mi copa a modo de rendición. Sonrió, aceptando mi
sumisión. Se acomodó dejando un hueco a su lado. Me senté obediente y sin mediar mas palabra
que la del deseo la besé. Su boca se entreabrió para saborear mi boca, jugar
con mi lengua.
En ese beso perdí la noción del tiempo. Mi mano enredada en
su pelo, y la otra en su espalda, que poco a poco recorría su muslo. Su
facilidad para ir desabotonando mi camisa sin dejar de motivar mis ansias de
tenerla toda para mi. Poco a poco me fui perdiendo en su cuerpo, amando su ser,
degustando su aroma. Era la locura mas placentera sufrida.
-Rinnngggggg
Sonaba el teléfono. Me incorporé. Miré alrededor. La copa volcada y un reguero rojo
en el poluto sofá que terminaba en un pequeño charco en el suelo. Y enfrente,
nada. Estaba el salón vacio de su presencia. Ella no estaba.
De nuevo cerré los ojos. Cogí la copa y de nuevo ella frente
a mí. Me miraba, me incitaba y volví a sucumbir.
Tal vez, acariciar el contorno de aquella copa era lo que me hacía imaginarte cuando cerraba los ojos. Sus curvas, me recordaban a las tuyas; su tacto frágil, era el tuyo. Dejé aquel maldito licor y suspiré profundamente. Tomé la chaqueta y salí a la calle. Llovía con fuerza, pero no me importaba, sabía que al doblar cualquier calle te encontraría y jamás te marcharías ya de mi lado.
ResponderEliminarPerdón, pero no lo he podido impedir. Mis letras se vuelven demasiado juguetonas en cuanto ven un resquicio. Sigue escribiendo, yo seguiré leyéndote con mucho gusto. ¡Enhorabuena!