Se descalzó y empezó a caminar por la carretera. El asfalto estaba caliente. Era una sensación agradable y al mismo tiempo un poco incomoda. A Marta le gustaba sentir la tierra, el suelo. Su debilidad caminar descalza.
Sus zapatillas en su mano, y una sonrisa en sus labios, y un paso tras otro. Por unos instantes era libre. Su pensamiento no existía, estaba disfrutando del momento. Miraba el paisaje, las montañas, las casa. Las observaba cómo si nunca los hubiera visto. Era su pueblo donde había crecido, donde había nacido, y de donde había huido.
Todo parecía tener un color diferente, una luz distinta. Miraba a su alrededor con ojos de niña que descubre un nuevo lugar.
Marta caminaba sin destino, sin rumbo. Era un paseo por los recuerdos, por encontrarse de nuevo.
No recordó cruzarse con nadie, aunque tiempo después las murmuraciones de sus vecinos, le demostrarían que había sido vista y observada.
Habían pasado años desde que se había ido de aquel pueblo, al que hoy volvía a caminar por sus calles, por sus carreteras. Entro en la plaza del pueblo, descalza, con las zapatillas en la mano. Se sentó en un banco y miró sus pies. Estaban sucios. La fuente enfrente de ella, le invitaban a que los lavara, dudó. Finalmente aceptó los convencionalismos, se lavó los pies y se puso las zapatillas. Y se volvió a sentarse en el banco. Y esta vez se preguntó..
Marta por que has vuelto?
Se me lengua la traba
sábado, 9 de enero de 2016
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domingo, 22 de septiembre de 2013
Hasta vernos.....
Ahí estas, tranquilo, me miras sin decir palabra y tus ojos
me acaban contando mil y una historia calladas. Para que decir más?¡
Estas a punto de partir. No tienes billete de vida, y de
vuelta menos. No sabes si tardaras unas horas, tal vez un día, como mucho una
semana. Pero tu marcha está próxima.
Verte despojado de todo miedo, de todo temor. Me transmites
serenidad y al mismo tiempo una profunda tristeza me invade. No quieres verme asi, intento ocultar mis
emociones. No es el momento para ello, ya podré mas tarde.
No necesito decírtelo, pero lo sabes; eras mi oasis en este
desierto de arenas cambiantes. Eras mi isla en este océano lleno de tiburones
disfrazados de peces de colores.
Siempre supiste hacerme sentir “guapa”, no por fuera sino
por dentro. Me diste fuerza cuando flaqueaban las mismas, empujones de realidad
cuando creía en la fantasía infantil.
Desde que llegué, conseguiste darme un sitio donde fuese
libre y lograse ser yo misma. Donde oir y ser oída. Donde hablar y escuchar tus historias.
Me regalaste momentos especiales, recuerdos que recobraré y
seguirás estando junto a mi.
Sabía que te irías pronto, que no demorarías tu partida.
Estaba avisada. Y ahora que tus maletas están vacías de objetos y llenas de
instantes, sensaciones y experiencias vividas, tu marcha es decisiva y sin
vuelta atrás.
Mas que nunca me cuesta despedirme de ti, decirte adiós.
Te recordaré con una sonrisa, a pesar de que una lágrima
recorra mi mejilla. Y no, no te diré adiós, te diré hasta vernos, porque donde
vayas sé que seguirás mirándome, viendo las huellas de mi pisadas. Me guiaras
por los cruces del camino, donde me equivocaré y acertaré, ambas cosas o
ninguna a la vez.
Espero que el viaje sea agradable, aunque los dos sabemos
que con alguna turbulencia de más.
Gracias, por cruzarte conmigo.
Hasta vernos.
jueves, 21 de marzo de 2013
Gritos en soledad
El anocheceres un confesor,
de amores imposibles,
de esperanzas añoradas
simplemente del amor.
Grito a un amplio silencio
versos fallidos de algún poeta.
Se pierden flotando
con suavidad sin retorno.
Llanto de desenfrenada locura,
sin ser atendida ni escuchada.
Invocar antiguos rituales,
como vieja bruja entusiasta.
Grande niebla cubre la noche,
sin dejar pensar con intensidad,
y el instinto se agudiza.
Intentar hallar una señal,
un papel, un grito, un beso…
de provisto de gran ansiedad.
Amortiguar la gran espera
de algo por escuchar, por decidir.
Ese misterio encerrado
por la lúgubre oscuridad nocturna,
mortal como una daga envenenada.
Poder herir un frágil corazón.
Revivir momentos pasados
en una frágil memoria
que grita versos de amor en soledad.
miércoles, 20 de marzo de 2013
La gabardina
El año había empezado bien. Mario me sorprendía cada día. Yo
lo intentaba pero siempre me superaba. Que malo era conocerse! Sabía mis
gustos, mis debilidades, era un libro abierto que a él le encantaba leer.
Llevaba días pensando en la manera de sorprenderle yo, pero
nada, no se me ocurría ninguna idea.
Antes de irse a trabajar, se acercó y me dio un beso casto
en la frente para no despertarme. Era sábado y no tenía que madrugar. Las
sabanas se me pegaban y la remolona me hice. Disfruté de la cama para mi sola.
Me levanté a las mil. Subí a la cocina y puse el café. El olor embriagaba toda la casa. Me serví una
taza y bajé al salón. Encendí la tele y disfruté del café caliente. Mando en
mana hice zapping. Aproveché que Mario no estaba, si estuviera ya estaría
refunfuñando por no mantener la tele en un canal mucho rato.
Ni me había dado cuenta, encima de la mesa había un paquete.
Estaba envuelto en papel de regalo y un sobre encima. Sería otra sorpresa de
Mario. Abrí el sobre entre nerviosa y expectante. Nota escueta: “espero que te
guste. Le sacarás mucho partido. No lo dudo “
Rompí el papel, sorprendida por la nota, viniendo de Mario
podría ser cualquier cosa. ¿Ropa?, parecía una chaqueta. La desdoblé y solté
una carcajada.
No me lo podía creer, me seguía riendo. Hacia unos días
habíamos visto una escena y peculiar con una gabardina. Que querría decirme?
Era simple; usa la imaginación¡¡¡ o sería un regalo sin mas?. No, él no era de
los simples, él era él, siempre intentando sorprenderme, intrigarme y
redescubrirme.
Sin buscarlo se me estaban ocurriendo varias maneras de
aprovechar mi regalo.
Cogí el teléfono y le llamé:
-
Hola Mario
-
Qué tal?
-
Bien. Gracias por el regalo. Lo estrenaré el
lunes para ir a trabajar.
-
Ah¡¡ Muy bien- contestó un poco desconcertado
por mi respuesta- Sabía que le sacarías partido
-
Has acertado con la talla, color y modelo.
-
Es lo malo o bueno de conocerse.
-
Bueno y qué? Mucho trabajo?
-
Si, saldré a las ocho si quieres vamos a cenar
por ahí.
-
Vale, te esperare lista.
-
Ok. Un beso princesa, tengo trabajo.
Colgué el teléfono con la sensación de que mi plan iba por
buen camino, lo había desconcertado y al mismo tiempo todo controlado.
Tenía que darme prisa, tenía todo sin organizar y hasta las
ocho tampoco faltaba tanto. Una ducha rápida, un vaquero, las botas una
camiseta, cazadora y a correr.
Recorrí el centro comercial buscando algo concreto. Nada….
Por fin, allí estaba… negro, perfecto¡¡¡¡. Mientras salía vi unos zapatos. No
estaban dentro de los planes pero combinaban perfectamente con la gabardina,
sencillos, tacón alto; ideales. Bolsas en mano iba radiante, estaba disfrutando
con los preparativos.
No se como pero en tiempo record estaba de vuelta. Asi que
me podía permitir un baño relajante. Antes busqué en mi cartera el número de
aquel hotel donde había empezado todo tiempo atrás. La misma habitación y cena
para dos.
Estaba saliendo todo a pedir de boca. Llené la bañera. Me
fui quitando la ropa como si terminara el día y empezara la noche mágica. Poco
a poco sumergí el cuerpo en el agua, recosté la cabeza y disfruté de aquello sin dejar de pensar en
Mario y en lo que planeaba. De repente me vino una preocupación. Y si él había planeado algo?. Mario no era de
los que esperaban algo, él , normalmente sorprendía y disfrutaba con las sorpresas,
más ideándolas y llevándolas a cabo. Su mayor premio era mi sonrisa y verme
disfrutar.
Era lo mismo. Ya estaba. Y esta vez estaba experimentando la
sensación de ser yo la que le sorprendería. Me encantaba ese poder que me daba.
Me sentía feliz.
Salí de la bañera, me sequé con cuidado, con mimo, me
perfumé y bajé a la habitación. Dispuse
encima de la cama lo que me iba a poner. La gabardina negra, que sin querer al
mirarla sonreí pícaramente. El liguero, las medias el conjunto de encaje y al
pie de la cama los tacones negros.
Tranquilamente empecé a ponerme cada prenda, sintiéndola
sobre mi piel. Poco a poco mi atuendo iba tomando forma. Me maquillé, los
pendientes y por ultimo la gabardina y al cinturón le di una gran lazada como
broche final a tal ceremonia.
Vi que el teléfono parpadeaba. Llamada de Mario.
-
Hola amor, pasa algo?
-
Nada, creo que saldré antes. En quince minutos
estaré libre.
-
Ah¡¡ vale¡¡ voy a ponerme a ello, sino siempre
te toca esperar.
-
Besos guapa, nos vemos ahora.
Eso me descolocó, tenía que apurar. Cogí el bolso y al
coche. En diez minutos estaba en la puerta de su trabajo, esperé impaciente. A
los cinco minutos salió él. Me quedé mirándolo y le llamé.
-hola
- Ya voy, estas lista?- me miró sorprendido.
- si, estoy en el coche, acércate y cierra los ojos.
Intentó mirar y verme dentro del coche.
-cierra los ojos
-vale.
Bajé del coche, el seguía con el móvil en la oreja. Me acerqué por detrás y el intentó girarse.
-No- alcancé a decirle tajantemente.
-Qué haces aquí?
-Shhhhhsssssssss
Se dio cuenta que había planeado ago. Obedeció. Bajó los
brazos y le vendé los ojos.
-Nos va a ver alguien- esbozando una sonrisa.
-Un pasito- abrí la puerta- siéntate.
Como pudo se acomodó en el asiento del copiloto. Mientras subía
al coche le vi intentando mover la venda para lograr observarme. No dije nada y
arranqué el coche.
Su mano buscó la mia, sin hablar la retiré y él refunfuñó
graciosamente. Su mano siguió investigando, deslizándose por mi muslo.
-Quietecito por favor-insistí a sabiendas que ya sabía mi
atuendo.
Seguimos hablando, intentaba averiguar a donde le llevaba. Entre
juegos respondía. Mi mano buscó la suyo y le sugerí disfrutarlo. Llegamos al
destino, apagué el coche y el parecía sorprendido del poco que había durado el
viaje.
Le miré.
-Quieres quitarte la venda?
- Eso es cosa tuya.
-Muy bien- Me bajé del coche, abrí la puerta y le coloqué
delante de la puerta del hotel.
-Sabes donde estamos?- mientras me coloqué detrás de él y
fui desatando la venda.
Abrió los ojos. Sonrió y se tocó la barba. Era la afirmación
de que sabía donde y cual era mi sorpresa. Se giró. Me besó y dijo.
-Princesa, esa gabardina te sienta de maravilla.
Sonreí, sonrió y entramos. Lo que pasó allí es otra
historia.
jueves, 3 de enero de 2013
Otra dimensión
Marta me miraba mientras jugaba
con la cucharilla en el pocillo del café. Me hablaba de aquello, de esto, pero
todo bastante banal. Me miraba de forma diferente. Sonreía mientras se retiraba
el pelo de la cara. Si no fuera porque la conocía demasiado bien, pensaría que
quería ligar conmigo. Mirándola deje volar mi imaginación. No estaría mal. Por
qué no? Vamos tonterías de una tarde de café.
La tarde empezó a caer, salimos a
la calle. Llovía como si no hubiese mañana. No teníamos paraguas. Suerte que Marta
vivía relativamente cerca. Corrimos por la acera, como si al correr la lluvia
no nos calase en la ropa. Los portales
valían de cobijo hasta la nueva carrera por no mojarse.
Por fin llegamos al portal de
nuestra salvación. Nuestra ropa parecida salida de la lavadora, empapada era
poco. Según pisábamos los escalones dejábamos gotas de agua como el rastro de
nuestro paso. Entre risas y ruidos de nuestras zapatillas llegamos al piso.
Marta fue directa al baño a sacarse aquella pesada ropa y darse una ducha. Miré a mi alrededor como
buscando un lugar donde poder apoyarme sin hacer mucho estropicio. No encontré
ninguno adecuado. Decidí quitarme la ropa también mientras observaba las curvas
de Marta a través de la mampara. El agua recorría su piel torneada por el sol,
se deslizaba como caricias de un amante celoso. Su melena morena caía sobre sus
hombros mientras ella la enjabonaba con tranquilidad. No se había percatado de
mi presencia y a mi la de ella me
inquietaba y me encantaba.
Me quede mirándola en silencio,
solo interrumpido por el discurrir continuo del agua. No se cual era la razón
pero era la imagen mas maravillosa que había visto en tiempo. Nuestra amistad
era de hacía años, de esas que nacen en la infancia se distancian en la
adolescencia y se retoma en la juventud y perdura hasta la madurez.
Mis pensamientos fueron
interrumpidos por el ruido de la mampara al abrirse, ni me percatara que el
agua cesara. Me vi allí delante de ella, sin ropa. Marta no dijo nada,
simplemente sonrió y me miró con una sonrisa picara y nerviosa. Si no fuese por
la amistad que nos unía podría pensar que aquella situación le estaba gustando,
que lo que veía le encantaba y en cierto modo le atraía. Sin sacar los ojos de
mi figura, agarró la toalla y empezó a secarse.
Sin mediar palabra, abrí de nuevo
la mampara y entré en la bañera, sabiendo que ella me observaba. En el baño
hacía frio, pero la temperatura de mi piel era elevada.
Abrí el grifo y el agua empezó a
caer, recorriendo cada centímetro de mi cuerpo, mojándolo todo.
Mientras el agua no cesaba de
correr, dejé mi mente en blanco. Disfrutar del momento, del instante tranquilo,
de la relajación que me producía aquella ducha.
Pero poco a poco, la imagen de
ella desnuda se apoderó de toda mi mente y no podía borrarla y en el fondo
tampoco quería por muy extraño que me resultase. Podía casi sentirla allí debajo
del agua conmigo, enjabonando mi espalda, lavando mi pelo. Su aliento en mi
cuello. ¡Qué imaginación más poderosa la mía, que me hacía capaz de sentir algo
irreal!
Agarré la esponja, la llené de
jabón y la pasé primero por mis brazos, mi pecho… me pareció rozar con algo. Entreabrí
los ojos y pude apreciar sus manos. Me giré y allí estaba Marta mirándome y de
nuevo sonriendo. Sus dedos dibujaron mis labios, los rozaron. Mi boca los buscaba,
pero los deslizó por mi cuello. Bajaron hasta mis senos, rozando mis pezones
erectos. Disfrutaba jugando a pincelar mi cuerpo con sus dedos.
Sus labios se acercaron despacio
a los míos, sentía su respiración excitada, jugueteó con ellos, los mordisqueó
para terminar besándolos. Beso a beso consiguió una humedad en mi que hasta ese
momento no había experimentado jamás.
Me mostro el camino desconocido
para mi. La ducha era el oasis y en un instante me llevó al paraíso del deseo y
la pasión. Nunca había probado un manjar como aquel, una fruta tan sabrosa. Nunca
me imaginé cruzando la línea de la amistad para convertirla en un gran ardor de
lujuria.
Lo que allí pasó no podría
describirlo con palabras, sin dejar de humedecer todos mis sentidos. Quedará grabado
en mi memoria que alguna vez que otra suelo recordar.
Después de la locura llegó la
calma. Llenamos la bañera y nos sentamos. Sus piernas entrelazadas en mi
cintura, yo apoyada en sus pechos, sus manos rozando los míos. No se pronunció
palabra, solo disfrutamos del momento. No recuerdo el tiempo que pasamos allí metidas,
al salir la piel arrugada y el agua fría.
Nos reíamos nerviosas mientras
nos íbamos secando, pero el pudor lo perdimos y se había ido por el desagüe.
Me dejó ropa seca, me vestí y
ella seguía mirándome con la misma mirada picarona. No dije nada y acabé por ponerme el pantalón. La noté
extrañada y sorprendida por mi silencio pero tampoco dijo nada.
Nos sentamos en el sofá, encendió
la tele y movía inquieta el mando. Con la excusa de fumar salí a la terraza. Necesitaba
aire fresco, asentar las ideas.
Busqué el mechero en el bolsillo,
acerqué la llama al cigarrillo. Lo encendí y le di una profunda calada. Expulsé
el humo con fuerza como parte de mi liberación. Y allí apoyada en la barandilla
de la terraza, sintiéndome observada por Marta, sonreí con una mirada picarona
y nerviosa.
lunes, 31 de diciembre de 2012
De que sirve...
De que sirve…
De que sirve llorar…
Cuando el barco zarpa, y no puedes parar el subir su ancla.
De que sirve suplicar….
Un perdón no concedido cuando el sacerdote no puede
absolverte.
De que sirve amar….
Cuando el amado cierra las puertas de un corazón herido.
De que sirve gritar…
Cuando nadie te escucha rodeado de un tumulto de gente
alocada.
De que sirve lamentarse….
Cuando no luchas por lo que quieres y lo dejas escapar
De que sirve vivir….
De que sirve soñar…
De que sirve ilusionar…
De que sirve….
domingo, 30 de diciembre de 2012
Un inicio o un final
La luz entraba por la ventana e
iluminaba toda la habitación. Poco a poco me fui despertando. Abrí los ojos y
miré al techo. Mi mirada recorrió la estancia intentando ubicarme. Poco a poco
vinieron a mi mente la noche anterior. Difícilmente la olvidaría en mucho
tiempo. Le escuche respirar y me giré hacia él. Allí estaba Sergio, durmiendo plácidamente.
Durante unos minutos le observé. Tan tranquilo, respiración pausada y una leve
sonrisa en sus labios.
Por un momento, tuve el impulso
de despertarle, de continuar lo que había empezado la noche anterior, pero no
lo hice. Disfrute de aquella imagen en silencio, sellándola en mi retina para
no olvidarla jamás.
Pasé mi mano suavemente por su pelo
negro, acaricié sus mejillas y rocé sus labios con la punta de mis dedos. En mi
rostro se dibujó una sonrisa agridulce. Los pensamientos sobre lo que hacer se
alborotaban en mi cabeza. Si me vestía y me iba, seguramente no habría una
segunda vez. Y si me quedaba me enamoraría de aquel hombre que me había hechizado
con su mirada y su sonrisa, y mas cosas
que no era el momento de recordar porque terminaría despertándolo y repitiendo
la noche anterior.
Decidí levantarme y sin mover
mucho las sábanas me fui retirando, aunque no pude evitar echar un vistazo a lo
que había bajo ellas, sonreí picaronamente.
De puntillas por la habitación
fui recogiendo mis cosas, estaban esparcidas, los tacones uno en cada esquina,
las medias,…. Metí las cosas de cualquier manera y cerré la maleta. Y sin
apenas dejar rastro de mí más que en su piel, abrí la puerta y salí de la habitación.
En el ascensor no pude evitar
mirar mi reflejo en el espejo, mi rostro tenía un brillo especial y la sonrisa
seguía en mis labios sin desdibujarse. Pero
no había vuelta atrás.
El recepcionista entretenido detrás
del mostrador ni me miraba, me acerqué y
acerté a decir;
-Un sobre, un folio y un bolígrafo,
por favor.
Salí del hotel después de dejar
la nota y con la maleta llena de sensaciones contradictorias. Quería quedarme
pero no tenía el valor suficiente. Ya sentada al volante decidí iniciar el
regreso. Tenía un par de horas para asentar las ideas en soledad.
Según recorría kilómetros la sensación
de que me alejaba de mi misma me invadía cada vez más. Era una opresión
que se apoderaba de mi alma. Conduje casi
sin prestar atención, ni a la carretera ni a los letreros, mi mente estaba
ocupada en otros menesteres. Después de
casi dos horas desperté de mi ensimismamiento y paré el coche.
No estaba en mi cuidad, no eran
mis calles, pero todo me era terriblemente familiar. Decidí arrancar de nuevo. El coche no quería ponerse
en marcha. Era lo que me faltaba. Intento
uno, nada. Intento dos, nada. Intento tres, nada….. me impacienté. Baje del
coche, encendí un pitillo y busqué calma. No sabía que hacía allí y encima el
coche así.
De repente entendí el lugar, las
casualidades….
Caminando por la calle venía Sergio,
desde lejos me vio. Clavó su mirada en mi, no la apartaba y yo la mantenía. Mi nerviosismo
aumentaba y por primera vez sentí las mariposas en el estomago.
A dos metros de mi, entre
curiosidad, sorpresa y seguridad me preguntó:
-Qué haces tu aquí?
-Vine para quedarme- balbuceé sin
apartar la mirada.
Sonrió con la mirada, se acercó y
me besó. Las palabras ya sobraban.
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