miércoles, 27 de junio de 2012

En la playa


Sentada en la arena mirando el mar de fondo. El rugir suave de las olas invocan mis recuerdos. Recuerdos no vividos y anhelados. Sentimientos a flor de piel aún por consumar y pensamientos llevados por la brisa más allá de donde yo los pudiese enviar.

Allí sentada en la toalla ante la soledad más absoluta rodeada de la multitud ajena a mi y yo a ellos. Tu llenabas mi pensar.

Por un momento deje mis pensamientos en el limbo y decidí observar a las personas que paseaban por la orilla.

Unos charlando y gesticulando buscando la aprobación de su acompañante. Otros, a la par y en silencio, sin dirigirse la palabra ni la mirada, sólo mirando al frente. Otros solitarios, a paso ligero, sin detener su caminar.

Niños que juegan a hacer castillos de princesas que se desvanecen en el vaivén de las olas.  Unos entran poco a poco en el agua, aclimatándose al frio de  la masa azul con el contacto de su piel.  El valiente que se tiraba  de golpe como si así el frio no penetrase en los poros de su piel.

También estaban los que luchan con sus cometas contra el viento caprichoso, que surcan los  cielos llenándolos de color y piruetas.

El pin pin de las palas al recibir la pelota que tantas veces no termina en lugar deseado.

Los enamorados que pasean agarrados de la mano, dedicándose miradas de complicidad llenas de amor. Los abuelitos que ya morenos por sus paseos diarios haciendo su ruta a paso ligero.

El vendedor ambulante de pulseras, refrescos, sombreros y todo que se pueda vender, que pasa a mi lado sin ofrecer su mercancía.

Los chiquillos que juegan a saltar las olas sin fuerza que mueren en la arena.

Y a lo lejos el horizonte donde el cielo se une con el mar, a lo lejos donde te encontraras tú. Y yo queriendo contigo compartir lo que mis ojos ven y lo que mi corazón te quiere contar.

miércoles, 20 de junio de 2012

Lluvia


Sentada en la cafetería, veía a través del cristal. Era agua fina que poco a poco iba cambiando el color de la piedra seca. La teñía de color oscuro, brillante.
 Con las primeras gotas la gente pasaba impasible. En cuanto empezó a ser  contante se resguardaban debajo de los soportales. Otros corrían desafiando al acierto de las gotas en su cuerpo. Y algunos ponían las bolsas y carpetas sobre sus cabezas como si así la lluvia les fuese a resbalar.

Me quedé presa de la lluvia, presa de su magnetismo, que poco a poco me llamaba, me arrastraba hacia ella.

No sé que me impulsó a ello, pero me fui levantando de la silla y me dirigí hacia fuera.

La lluvia caía. Empezó a mojarme. Estaba fría. En segundos dejó de importarme y el agua empezó a penetrarme.

Levanté la mirada, sentía cada gota rozando mi rostro. Pasé las manos por la cara como si la secase para sentirla de nuevo.

Empecé a girar como un tiovivo. Me sentía feliz, felicidad que se reflejaba toda en mi.

No sé si alguien me miraba, si alguien se fijaba en mi poco apropiado proceder, pero no me importaba. No recuerdo el tiempo que estuve dejando que la lluvia me mojase, que borrara cualquier resto de mal rollo de ese día.

Empapada, calada estaba, pero la sensación de  libertad, de tranquilidad que sentí jamás la he vuelto a experimentar.