jueves, 31 de mayo de 2012

El extraño


Estaba harta. Mi vida era rutina constante; casa al trabajo, del trabajo a casa. Los fines de semana no tenía ganas de nada. Un aburrimiento de vida. Quería cambiar pero tampoco sabía como.

Aquel día como cada lunes llegué pronto para aparcar, después era casi imposible encontrar un hueco. Al entrar me dirigí al ascensor, tenía la mañana vaga. Estaba bloqueado y ensimismada me quede mirando al técnico sin prestarle atención. De esos momentos que dejas perdida la mirada sin mirar, sin prestar atención donde están fijos tus ojos. No se el tiempo que estuve así pero una voz me despertó. Reaccioné y sin darme cuenta sonreí.

Hacía tanto tiempo que no esbozaba una sonrisa que no pude evitar fijarme en él. Intercambié un par de frases y cortésmente me despedí para dirigirme a las escaleras. Sin darme cuenta era la primera vez que empezaba mi jornada de buen humor.

Por primera vez en mucho tiempo mis compañeros me veían sonreír. Pero en realidad nada había cambiado en mi vida. Al acabar me fui a casa y tirada en el sofá seguía cautivada por la sonrisa de aquel extraño.

A la mañana siguiente no encontraba que ponerme nada me convencía. Sacaba la ropa del armario la miraba, esto no, aquello tampoco. Era como si nada le sentara bien, o no se encontraba con nada.

Se hacía tarde, y al final unos vaqueros una camisa y ya esta. No tenía tiempo ni para maquillarme un poco.

De camino al trabajo notaba como el corazón me latía fuerte, la idea de volver a verlo me azoraba. Entré en el edificio y allí estaba él. Las miradas se cruzaron de nuevo, y mi nerviosismo  era evidente. No sabía a donde mirar, como colocar las manos. La saludo con una gran sonrisa y un piropo que me ruborizó.

Subí las escaleras como si flotando estuviera. El día se hizo eterno, solo esperaba que se acabara para encontrármelo a la mañana siguiente. No podía sacárselo de la cabeza y empezaba a fantasear con un encuentro con el.

Me dormí con él en el pensamiento. Me desperté con la sensación de haber tenido el mejor polvo en años. Como era posible. Aquello tenía que solucionarlo pero a lo de ya.

Decidida estaba a salir de dudas. Así que cuando lo viera se acabaría la timidez e intentaría que fluyera algo más. Le sorprendería. Pero la sorprendida fui yo. Al llegar al ascensor, el no estaba. Me entristecí. El día se tornaba gris. Aunque como en todo día lluvioso siempre aparece un rayo de sol.

Apunto de terminar la jornada, apareció  por allí. Me preguntó si tenía un momento sino esperaría a que  acabara. Me esperaría en el almacén de mantenimiento. No entendía muy bien el mensaje. Estaba decidida a ir a buscarlo al acabar.

Recogí las cosas, me despedí y al sótano fui directa. Con una sonrisa picarona me recibió. Esa sonrisa era más clarificadora que mil palabras dichas. Se acercó, me cogió la mano y me metió para dentro,  no opuse resistencia.

Se acercó, mi respiración se  iba acelerando poco a poco. Mi pensamiento solo era dejarme llevar. Cogió entre sus manos mi cara y suavemente me beso,  respondí  y busqué de nuevo sus labios entreabiertos sentí su lengua. Esos besos hicieron que un escalofrío recorriera mi  espalda. Sus manos con gran destreza desabotonaron uno a uno cada botón de mi camisa. Sin percatarme me encontré desnuda ante él.  Exploraba cada centímetro de mi piel, empezando por el cuello, siguiendo por mi pecho. Parecía conocer cada poro, cada lunar, cada terminación.

 Desvanecí en brazos del deseo. Disfruté, me estremecí. Gocé, sude y me desmayé de placer.

Esas imágenes están en mi retina, esas sensaciones en mi cuerpo, ese placer en mi memoria. Serán imborrables. No se cuando se marchó, ni cuando sola me quedé, simplemente dejó un último beso en mis labios y una gran sonrisa de satisfacción en mi rostro. 

Cuando me recuperé de la excitación, fui consciente de lo que acababa de pasarme. No era muy creíble, así que decidí no contarlo. Me vestí. Me arregle como pude y  al abrir la puerta él seguí allí. Solo me miró y sonrió.

Salí  flotando, deseando comerme el mundo. El  había sido el rayito de sol que se filtra después de una tormenta. Un día gris se tornó de colores.

Fui rebobinando escena a escena, fotograma a fotograma y no pude evitar sentir la humedad que aquel recuerdo me producía. Dormí mejor que nunca y con la sensación de que todo había sido un sueño. Al despertarme mi sonrisa era perenne, no la había borrado ni la oscura noche.

Me vestí en dos minutos deseando llegar a trabajar, a cruzarme con aquel extraño. Aquel hombre que me devolvió la pasión dormida.

Entré con paso firme, no estaba. Pero no me importó su ausencia porque su presencia eran mis ganas de vivir, de disfrutar de nuevo, de nuevas cosas.

Se que me cruzaría de nuevo con él y esta vez ya no sería un extraño sino un viejo amigo.








martes, 29 de mayo de 2012

Experiencia anciana


Un humo oprimido sale a la superficie.
Un hombre sombrío sale de la sombra.
Suena una vieja canción que añora
son recuerdos de una vida anterior.
Paredes claras, ahora amarillentas,
Rostros alegres, ahora entristecidos,
reabren la intensidad del momento
que ha pasado fugazmente.
Manos suaves ya encarnecidas,
pieles jóvenes ya curtidas y ajadas,
reflejos de grandes sacrificios
de una vida a punto de acabar.
Soledad en un pequeño rincón.
Recuerdos; su preciado tesoro.
Jóvenes recuerdos; vaga ilusión.
Su altivo esplendor pasado
contrapuesto a su vejez fracasada
luchan con gran impotencia
en la lejanía del olvido.
Pensamientos celebres y especiales
cuidadosamente elaborados
ya solo forman parte y conjunto
de una gran experiencia anciana.

viernes, 11 de mayo de 2012

Una copa de vino


Sentado en  el sofá con la copa de vino en la mano, la miraba. Era una visión poderosa. Ella me sonreía con picardía disfraza de timidez. Jugaba a desafiar mi interés sin mediar más palabras que las que emanaba su cuerpo. Evocaba mis sentidos y despertaba mis instintos.


Jugaba con su pelo mientras no dejaba de analizar mis respuestas. Recorría cada centímetro de su figura vestida. Me provocaba. Controlaba su sensualidad con gran maestría.


 Movía la copa, aspiraba su aroma como si el de ella fuese. Le di un sorbo al vino y mientras recorría mi garganta, imaginaba mis dedos paseando por su piel ardiendo y deseoso de ser tocado.


Cruzábamos miradas llenas de excitación.  Su mano acariciaba su cuello. Era una sutil invitación que no quería rechazar. El vino  y sus feromonas aumentaban la temperatura de la habitación.  Todo ella era sensualidad. Desde la manera de cruzar sus piernas, sus ademanes, su forma de mirar, como se mordía el labio, su lengua juguetona.


Mi imaginación no podía dejar de mandar a mi mente mensajes. Embelesado disfrutaba de la visión de aquella mujer menuda pero tremendamente fascinante.


Me acerqué a la mesa sin dejar de penetrarla con la mirada.  Ella seguía mis movimientos sin perturbarse. Deposité mi copa a modo de rendición. Sonrió, aceptando mi sumisión. Se acomodó dejando un hueco a su lado.  Me senté obediente y sin mediar mas palabra que la del deseo la besé. Su boca se entreabrió para saborear mi boca, jugar con mi lengua.


En ese beso perdí la noción del tiempo. Mi mano enredada en su pelo, y la otra en su espalda, que poco a poco recorría su muslo. Su facilidad para ir desabotonando mi camisa sin dejar de motivar mis ansias de tenerla toda para mi. Poco a poco me fui perdiendo en su cuerpo, amando su ser, degustando su aroma. Era la locura mas placentera sufrida.


-Rinnngggggg


Sonaba el teléfono. Me incorporé. Miré  alrededor. La copa volcada y un reguero rojo en el poluto sofá que terminaba en un pequeño charco en el suelo. Y enfrente, nada. Estaba el salón vacio de su presencia. Ella no estaba.


De nuevo cerré los ojos. Cogí la copa y de nuevo ella frente a mí. Me miraba, me incitaba y volví a sucumbir.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Una experiencia




Sienta bien estar de nuevo en casa. Fue lo primero que pensé al despertarme. Al  llevar tanto tiempo fuera y volver a tu cuarto de la infancia es extraño. Parecía de otra persona, pero guardaba la esencia de la inocencia dejada atrás.


Visitas a familiares, a amigos y lugares. Toda una felicidad para el cuerpo y el alma. La sencillez de mi lugar de nacimiento era lo que necesitaba para rencontrarme.  Pero algo perturbó aquella calma. Mi padre, como siempre, a la hora de comer conectó el televisor. Esa costumbre  no había cambiado. Ver las noticias al mediodía era y seguía siendo sagrado en casa, como un complemento más de la reunión familiar.


Yo desconectaba, pues pensaba que era más de lo mismo. Sin percatarme me vi prestando atención al presentador uniformado. Otra catástrofe en nuestra tierra. Un petrolero estaba encallado en la costa. Otra vez no, no podía ser. Pues si, la historia parecía repetirse.  En principio no suponía riesgo de fuga de fuel, pero esas cosas nunca se saben.


Los políticos de turno haciendo declaraciones para llamar a la tranquilidad. Ecologistas por el contrario, advertían de lo peligroso que se podía volver si no se actuaba a tiempo y sin demora. La marea podría llevar el fuel a la costa, si llegase  a producirse algún escape, y sería fatal.


 No podía pensar lo que ocurriría si los malos presagios se hacían realidad. Enseguida cambiaron a otros temas, pero mi cabeza no dejo de mandarme mensajes de preocupación.


En los días posteriores decidí retomar viejas amistades. Así que las horas transcurrían entre cafés, cañas y de paso buscar algún empleo u ocupación. Pero las noticias sobre el carguero no pararon de aparecer en los medios, siendo cada vez más frecuentes y preocupantes.  El crudo estaba vertido en el mar y se acercaba a la costa. Las imágenes eran espectaculares y la tragedia aún mayor.


No paraba de decirme a mi mismo que tenía que hacer algo, no quería quedarme de brazos cruzados. Esa idea me rondaba en la cabeza. No podía  dejar de darle vueltas. Era un run run constante. Era como un torbellino de pensamientos hasta que las imágenes de gente acercándose a la playa para limpiar aquella masa negra que lo empezaba a cubrir todo, me impactó.


De nuevo  el televisor amenizó la comida, mas bien la avinagraba. Las noticias ya eran monotemáticas. Un rayo de esperanza se vislumbraba entre tanta negrura, gente limpiando las playas, con palas, cubos… cualquier cosa valía para esa personas solidarias. En silencio mirábamos  y callábamos. Eran de esos momentos que las palabras solo estorbaban.


Algo en mi interior se revolvía, como si quisiera salir. De repente un grito surgió de mi garganta:


-Me voy allí.


Mi padre me miró con cara de extrañado y sorprendido por lo imperativo de mis palabras.


-¿Te vas a donde?


Por un segundo, mi mente se bloqueó y un nudo en la garganta casi ni me dejaba hablar. Finalmente musite:


-Allá me voy- señalando el televisor.


-¿Pero que se te perdió a ti allí?- indagó mi padre mirándome.


No supe que contestar. Me callé, me senté y seguí comiendo.


Al día siguiente, me levanté temprano. Preparé una mochila con lo básico y me despedí por unos días. Nadie hizo preguntas, estaban acostumbrados a mis ausencias. Aunque era extraño, acaba de llegar y me volvía a marchar.


Me encaminé hacia la estación, con caminar tranquilo pero mis pasos eran firmes y temerosos a la vez.  Al llegar allí había muchos jóvenes, mayores… la mayoría con mochilas. Sospeché que llevarían el mismo destino que yo. Eso me hizo reflexionar que la juventud no estaba tan perdida como nos querían hacer creer.


Llegó el tren, y la estación se fue vaciando, quedando desierta. Me acomode en un asiento y mirando por la ventanilla se inició el trayecto.  Los arboles, las montañas, lo verde de nuestra tierra, tan llena de vida.  El azul de nuestras aguas, la arena de nuestras playas, la grandeza de nuestro mar ahora dañado. Con esos pensamientos iban pasando las horas, haciendo el viaje corto.


Cuando se detuvo el tren, empezaron a apearse los pasajeros. No uno, ni dos, ni tres…sino una marabunta de personas. Y como si de una procesión se tratase nos dirigimos por las calles del pueblo desierto. Alguna señora en la puerta de una casa nos miraba entre curiosidad y satisfacción.


Según nos acercábamos a la playa, la gente se iba parando con la mirada perdida fijada en aquella impactante imagen. Era un manto negro salpicado de bultos blancos que se iban tiñendo de negro por el fuel.


Repartían los monos, los guantes, las mascarillas, los cubos, las palas, todo en la entrada de la playa. Ni los vi. Mis ojos estaban clavados en aquella imagen distorsionada e infernal pintada con un rayo de esperanza. Mientras me acercaba, la masa pegajosa lo impregnaba todo. Había toneladas y toneladas de mierda. Si era una mierda todo aquello, mierda era lo que había destruido la vida de tanta gente. El  desastre, naturaleza muerta que casi no se podía apreciar. La otra mierda era  incompetencia de los políticos, mierda mierda y más mierda.


Lo peor vino después. Me sobresalté al ver mover aquella asquerosa mancha negra, como si tuviera vida.  Entre miedo y curiosidad me acerqué. Mi sorpresa fue mayúscula al ver una gaviota moribunda, intentando aletear para salir airosa de la prisión  que sin buscarlo estaba sometida. Intente salvarla, pero su sentencia ya estaba dictada.


Pase semanas limpiando aquello. Buenas amistades, grandes historias y cambios en la forma de pensar, todo eso ocurrió. Mi cuerpo seguía siendo el mismo, pero muchas cosas se transformaron dentro de mí. Fue una gran experiencia.


Ahora tiempo más tarde, y mirado desde la lejanía,  no he conseguido eliminar aquella imagen de  mi retina, ni de mi recuerdo. Hoy, en la distancia, parece todo volver a la normalidad. Ya nadie habla lo recuerda, de la catástrofe que fue aquello. Pero en mi mente  sigue anclada aquella gaviota como metáfora de todo lo que  fue.