domingo, 26 de febrero de 2012

La vida continua

Lo habían traído hacía horas, nadie se atrevía a hablar con
él. Solo tenía seis años y parecía ser más consciente de lo que pasaba que
todos los demás. Los abuelos se miraban intranquilos. Las manos no las podían
tener quietas, se mascaba su nerviosismo. No sabían como darle la noticia que por todos
era conocida.
El se entretenía mirando los dibujos. Era como si no
estuviera. Pero en un segundo todo cambió. Se levantó, apagó la tele y dijo
mirando al abuelo: Cuando vienen los papis?
El mundo se resquebrajó. El silencio cortaba el ambiente como
aquella pregunta les cortara las garganta a los presentes. Nadie tenía voz para
responder a aquello. Nadie quería hacerlo. Nadie sabía que decir.
La abuela ahogada en lágrimas, dejó atropelladamente la
habitación. Unos miraban hacia otro lado, como si no cruzarse con la mirada del
chiquillo evitara la respuesta. El
abuelo, se acercó y con una falsa y calmada voz solo atendió a decir: No
vendrán.
Lo miró, se sentó y encendió la tele de nuevo. Los resoplidos
se oyeron como la tormenta de verano; claros y atronadores. Era solo la primera
embestida y salieron airosos. Aquello no se podía dilatar en el tiempo. Tendrían que explicárselo.
Tendrían que hablar claramente. Tendrían que destrozar la niñez y la inocencia de un niño.
La vida es así de
cruel, pensaba el abuelo. Mientras en su cabeza iba haciendo el rompecabezas de
la conversación que tendría con su nieto no mucho más allá de aquella tarde.
Iba colocando las piezas en su mente, pero eran difíciles de cuadrar. Siempre
había algún hueco que no hallaba forma de tapar.
Salió fuera, a que el aire refrescara su cuerpo y de paso le
calmara el nerviosismo acumulado. Era dura la situación. Era dura para el ya
curtido en mil batallas de la vida, pero no quería ser participe del dolor del
niño. No podía evitarlo ni tampoco sabía como hacerlo mas liviano. Se tendría
que enfrentar con bravuconería decisión y con mucho tiento. Terrible papel le
había tocado en el reparto de tal macabra representación.
Los espectadores, poco a poco fueron desalojando la sala,
Pues el acto final de la obra no era un desenlace agradable para nadie. Y en el
fondo no tenían mucho interés en presenciarlo.
Decidió enfrentarse. Entró de nuevo. Apagó la tele. Le dio
un abrazo a su nieto y le susurro al oído…. Papá y mamá no van a volver. El
niño lo miró extrañado pero pronto comprendió las palabras de su abuelo. Las
lágrimas brotaron de sus ojos y se agarró fuerte a su salvavidas, el más seguro, y el que le quedaba. Solo musitó:
me miraran desde el cielo, pero tu no te
vas a ir, a que no?
Ahora empezaba lo complicado, enfrentarse a la ausencia de
sus padres. A las caricias de una madre, y al vivir sin apenas haberlos
conocidos. Y los vagos recuerdos que poseía por su tierna edad intentar
mantenerlos vivos, pues ya más no
tendría con ellos. Empezaba una vida, una vida sin ellos, pero ellos desde
donde estuvieran lo protegerían y cuidarían de él, o eso pensaba.
Por duro que fuera o sea la vida sigue y la función debe continuar.

sábado, 25 de febrero de 2012

Amantes

La noche cedía a su encanto y su silencio embriagador,
recorrió nuestro ambiente. Mirando la piedra labrada de alrededor que
reproducía sin pretenderlo a la perfección nuestra inconsciente mente.
Juguetona estaba la brisa, anunciante de un enternecedor desenlace.
Dos amantes que se encuentran, furtivos, ocultos, temerosos.
Sabiendo del peligroso de ese instante.
Falsas divagaciones fluían de tu ser. Eran intentos de que
se captara tu mensaje. Ajena a su real sentido, me perdía entre las dudas y un
resquicio de luz.
Volvías de nuevo en un reintento de comunicación, orando a
ver si había receptor alguno para tal empresa. Pero nada.
Mi intento de
compaginar mi ritmo a tu ritmo se era inútil. Cuando se formulaba una pregunta
en silencio casi peligroso, que nos inundaba, haciendo que nuestra mente
recorriera paisajes ensoñados y no
sacase fruto alguno de su lógica.
Eramos seres poseídos por una fuerza inhumana de atracción.
Incapaces de escapar a esa cadena perpetúa a la que nos veíamos sometidos.
De nuevo se producía
una descarga al cruzar nuestras miradas, mientras evitábamos dejarnos caer.
Presentimientos de algo temeroso empezaron a inundarme, temiéndote incapaz de
cumplir tales acciones pero nada me cercioraba de tal equivocación.
Eras un amante enamorado, no queriendo renunciar a la única
oportunidad de ser amado. Llevarías hasta las últimas consecuencias tu deseo.
No hubo más palabras, ni más preguntas, sólo se oyeron los gemidos de dos
animales poseyéndose. Y la fría y desnuda piedra era la única poseedora de tal
silencio y que tantas veces volvería a presenciar.

sábado, 18 de febrero de 2012

Un día, tu y un instante.

Ahora la luna brillaba con intensidad. Había vuelto a casa
para dormir unas pocas horas, pero la noche fuera demasiado larga. Algunos
pensamientos revoloteaban en mi mente y me hacían dudar de su credibilidad. O
era mejor pensar que solo eran un supuesto en mi mente llena de cansancio.
Mañana decidiría o en tal caso lo consultaría con la almohada, que era más
conciliadora y pasaba de discutir conmigo.
El amanecer en breve daría comienzo y mis ojillos se
cerraban buscando un sueño que tal vez fuese imposible recordar mañana.
Pensándolo bien era la magia de nuestra imaginación más oculta. Finalmente caí rendida con los rayos de la
luna posándose en mi rostro.
Al despertarme mi cara mostraba secuelas de la noche
anterior. Algo rondaba mi cabeza como un presentimiento nada sobre mi acción futura.
Como siempre, sonámbula conseguí llegar al cuarto de baño,
viendo en el espejo a una persona desconocida. Mostraba cansancio, ojeras
prominentes y tal vez demasiada palidez para un día que debería ser perfecto.
La casa desierta mostraba un estado desolador, todo cerrado,
sin voces, sin luminosidad. No podía soportar aquel silencio. No aguanté más y
puse remedio; subí persianas, abrí ventanas, necesitaba sentir aire fresco,
nuevas sensaciones en mi vida.
Al mismo tiempo me inundaba una tentación de meterme en cama
y apreciar el calorcillo de las sabanas aun palpable. Mi instinto me impidió que hiciera tal acometido.
Intenté hacerme un
suculento desayuno que terminó en un desastre; primero la cafetera imposible de
abrir, luego la leche hirvió demasiado haciendo un pequeño gran estropicio por
mi limpia cocina. Ya veía mi día perfecto; lleno de desastres, por supuesto.
Tendría que salir a la calle, si esperaba algo mejor.
Intentaría de paso que el ambiente urbano me levantara el animo.
Bajé las escaleras y como estaban recién fregadas, resbalé.
Suerte que no había ninguna vecina curiosa para chismorrear cuando me hubiera
levantando. El golpe fue supremo pero no lo suficiente para no seguir adelante.
Seguí bajando…al llegar el portal estaba mi vecina preferida preparada con su
repertorio de preguntas. En el fondo siempre era respetuosa al igual que
cotilla. Mejor dicho era más preocupada por la vida ajena que por la suya
propia. Me puso al corriente de las
últimas nuevas del barrio. No tenía humor para soportarla así que pase de ella.
No quería oir chismes deformadores sobre la gente de la urbanización. Me
despedí de ella de manera cortés pero tajante. Mi rumbo seguí.
Paseaba tranquila, no tenía prisa. Mi pensamiento andaba en cosas
intrascendentes sin sospechar cual sería la próxima parada. Tan ensimismada iba
que la gente de mi alrededor eran ausentes para mi. La mirada perdida se posó
en una chica con el color estopa y unas pintas horrorosas en la cima de la
inconformidad. Ella era todo lo contrario a mi persona convencional y acusada
por mis últimas vivencias. Aquello era
una situación graciosa, nadie podría adivinar mi desbaratado pensamiento.
El caminar me llevó a mi destino; un parque retirado del
centro. Un sitio tranquilo que apaciguaría el progresivo desbaratamiento. Me tumbé
en la hierba con ganas de no pensar, pero no tenía tal certeza. Deje vagar mi
mirada por el entorno, y se posó en ti, pensativo como yo. Mi cabeza no estaba
quieta, he intentó adivinar el motivo de tu tristeza tan aparente. Al mismo
tiempo mi intimidad era atentada por tu mirar insistente. Mi libertad era
infringida al sentirme tan observada por un extraño y de forma tan natural. El
interés fue desde el primer instante, como si tú emitieses preguntas que
sencillamente creía imposibles de responder.
Finalmente conseguí apaciguar mis pequeñas locuras a través
de tus ojos suavizados. Quería ser espontanea y eludir mis dudas, por el
contrario tenía miedo a no ser yo misma. No quería dobleces ni complicaciones, así sería mejor.
El tiempo pasaba. Tú me intrigabas cada vez más. La idea
acertada era evitar líos y eso lo evitaría marchándome. Al levantarme sentí
pequeños remordimientos por no poseer la osadía suficiente de tentar lo
extraño. En el fondo reconocía mi miedo y eso me aterraba.
Para mi sorpresa, no
te inmutaste cuando inicié mi retirada. Supiste con maestría perseguirme
con mirada firme. Me fui. Era hora de marcharme y no pensar. Una ligera
sospecha me rondaba; no sería nuestro
único encuentro.
De nuevo me enfrenté a la calle abarrotada de gente. Sola
ante la multitud era como me sentía. Me encaminé hacia casa, tomaría algo y a
dormir. Era animal de costumbres fijas, pero el cansancio empezaba a dar
muestras visibles y contra eso no se podía luchar.
Subí los escalones enturbiados por mis pensamientos. Calenté
algo, comí y me tumbé en cama. Y tu meciste mi sueño apoderándote de él como la
luna me arropara h

viernes, 17 de febrero de 2012

Ella, mi abuela

El cuerpo se me estremece solo de pensar que no volverá a
estar. Aún no se, puede ser cosa de minutos, tal vez de segundos. Una llamada y
una tragedia.
Pensaba que con los años nos hacíamos más fuertes, y con eso
armarnos de valor para ciertas ocasiones. Nada está decidido, el destino es el
destino.
El teléfono suena y no me atrevo a descolgar. Me acerco, mi
voz temblorosa no da articulado palabra. Me sereno al darme cuenta que mi
interlocutor era una vieja amiga. Me preguntaba por su estado. ¿Quién sabe? Colgué.
Volví a revisar fotos sobre viejas excursiones y
celebraciones. Siempre aparecía con cara de tranquilidad, escondiendo así su
temperamento fuerte. Llegaría a dar todo por ello si se llegara a ir.
El tiempo siguió pasando hasta que de nuevo volvió a sonar
el teléfono. Tuve un mal presentimiento. Al otro lado, una voz esforzada de
llorar. Sólo dijo una frase que se clavó como una daga; “nena, se fue para no
volver más”. En ese momento mi voz se apagó. Me sentí sola, incompetente ante
aquella situación. Me dejé caer en el suelo, las lágrimas empezaron a brotar
como ahora al recordarlo.
Solo un grito al viento. ¿Por qué? Mi alarido no tuvo
respuesta.
El mundo se abría bajo mis pies. Era una sensación realmente
desagradable, algo difícil de contar.
Por qué me sorprendía tanto? Lo sospechaba desde aquel día
oscuro que se la llevaron. Supuestamente para estar mejor atendida. Pero mis
esperanzas de ver su recuperación se nublaban cada día más. Algo para mis
adentros me aseguraba que esta vez no volvería.
Las discusiones durante horas, sin razón aparente se habían
terminado para siempre…..
Cada vez que recuerdo esos días a su lado, en su regazo.
Riéndome por sus ocurrencias….
Pensaba que al llegar ese momento, el momento en que la
muerte gana la batalla, sería más fuerte. Pero mi cuerpo tiembla, y mis manos
no pueden estar quietas, las piernas no responden… estoy muy nerviosa y triste
a la vez.
Las lágrimas siguen brotando, recorriendo mi rostro. En mi
mente esos ojos, esas arrugas, ese rostro lleno de serenidad, unas manos que
demostraban una vida llena y rica de experiencias.
Ella no era como las demás, era sólo mía. Todos nos decían
que éramos imposibles, ni juntas ni separadas.
Ahora había que despedirse. Se fue para no volver dejándome solo
recuerdos

martes, 14 de febrero de 2012

El comienzo del fin

Manuel cerró la puerta y se encaminó a casa como cada
viernes al acabar. Había sido un día agotador. Estaba tan cansado que hubo
momentos en que le costaba mantener la concentración. Ultimamente se le hacía cuesta arriba la consulta, y eso
que Angela, la enfermera era eficiente y eficaz. Eses eran sus pensamientos camino
del coche. Abrió la puerta del garaje y sin darse cuenta estaba metiendo la
llave en un coche que no era el suyo. Otro despiste, pensó. Eran muchos en los
últimos días. Eso lo puso de mal humor.
Finalmente lo encontró donde lo había aparcado. Salió a la calle, todo
iluminado con luces de colores; la navidad. Que poco le estaban apeteciendo
estas fiestas, el que siempre disfrutaba comprando regalos y envolviéndolos.
Siempre mimando los detalles.
Después de más de diez minutos al volante se percató que
conducía de forma automática, sin fijarse muy bien por donde iba. Un día de
estos tendría un disgusto.
Por fin había llegado a casa, Amelia tendría la cena
preparada. Aparcó el coche y al entrar en casa todo estaba en silencio. Que
extraño, pensó. Su mujer no le había dicho que saldría, o tal vez él se
despistara. La puerta estaba entreabierta y al encender la luz… ¡¡Sorpresa¡¡
Estaban allí todos sus amigos, sus compañeros del hospital, sus hijos … estaban
todos. Amelia se acercó a Manuel, le besó en la mejilla y le ofreció una copa de
vino. Delicadamente le susurró al oído; Feliz cumpleaños, cariño. Manuel estaba
desconcertado, se le había olvidado su propio cumpleaños. Sonrió como pudo y
empezó a saludar a los invitados como buen anfitrión.
La velada pasó
distendida, pero no se encontraba del todo cómodo. Los despistes que sufría en
las últimas semanas le estaban trastocando y preocupando. Decidió comentárselo
a su colega Mauro. Este le quitó importancia diciéndole que trabajaba mucho y
que necesitaba descansar. Le haría caso el neurólogo era él.
Cuando todos se fueron la casa quedó vacía, solo Amelia y
él. Al pie de la chimenea, hablaron de muchas cosas, de recuerdos de cuando
eran jóvenes, cuando se conocieron, su primera cita, su primer viaje siendo
novios, aquel restaurante en la sierra, el colegio…Esas imágenes estaban tan
nítidas en su retina como si las viviese
ayer mismo. Que rara era la mente humana, no se acordaba donde ponía las llaves,
ni lo que hiciera hacía cinco minutos pero si lo que pasara cuarenta años atrás.
Se despertó con la luz de la mañana entrando por la ventana.
Durmiera más de lo habitual. Puso las zapatillas y bajó a la cocina. Allí
estaba Amelia, con una sonrisa como siempre. Ella lo significaba todo para
Manuel, Su equilibrio, su amante, su amiga, su consejera. Quería contarle como
se sentía pero el miedo a preocuparla
sin necesidad lo llevó a quedarse callado.
Los siguientes días decidió no pensar en el tema, serían
cosas de la edad, tampoco era un chaval. Además tenía que preparar la ponencia
del congreso. No le dedicara tiempo, ni le apetecí y le costaba concentrarse. Era
fin de semana, justo antes de navidad.
Llevó el coche al aeropuerto, y mientras esperaba se
entretuvo con los sudokus. Cada día le resultaba más complicado acabar uno con
éxito. Sería el cansancio.
Durante el congreso coincidió con Mauro, que noto su
nerviosismo. Decidió comentarle más a fondo sus síntomas y como se encontraba.
Este le aconsejó hacer una serie de pruebas. Le instó a que pasara por la
consulta la semana siguiente.
Fue a verlo, como habían acordado. Mauro lo tranquilizó y
quedaron en hablar en breve. Cuando tuviera un diagnostico lo avisaba. Sabía
que ni así se tranquilizaría, lo conocía y conocía la profesión. Los peores
pacientes son los propios médicos.
Llegó la navidad y Mauro no diera señales de vida. Eso
parecía un buen presagio. Calmaría su preocupada mente con las compras de
última hora. Habían sido días extraños. Realmente los últimos meses habían sido
extraños, mejor sería no pensar.
Navidad, comidas familiares, desear felicidad y demás, a
gente que normalmente ni le darías los buenos días; era un poco incongruente
todo aquello. Se sintió hipócrita y al mismo tiempo malhumorado y cabreado con
el mundo. Que le estaba pasando?
Llegaron todos, la mesa preciosa, la comida excelente, todo
estaba en su lugar menos su cabeza. Le
costaba disfrutar todo aquello, concentrarse era difícil. Necesitaba hablar,
soltar todas sus preocupaciones. Ser médico no te libra de padecer enfermedades, no estas vacunado contra el
miedo, ni contra la impotencia de pensar que puedes sufrirlas, ni tener el
poder de curarlas todas….
Amelia llevaba días analizándolo. Lo conocía demasiado bien
para saber que algo no marchaba. Cuando todos se fueron decidió aclarar lo que
estaba pasando. Y así fue.
El lunes por la mañana Los dos juntos estaban en la consulta
de Mauro. Sorprendido no mostraba su cara al verlos. Los hizo pasar. Luego sin
saber donde encontrar las palabras acertó a decir; ya se lo que tienes;
Alzheimer.
Amelia y Manuel se cruzaron miradas. El mundo parecía
derrumbarse a su lado. Apretó la mano de ella. Y su cara estaba contraída. Su
vida se había acabado, era una cuenta atrás. El que había dedicado toda su vida
a los demás no se podría curar a si
mismo. Ironías de la vida.
Todas las dudas disipadas. Ahora era el comienzo del fin.

lunes, 13 de febrero de 2012

Arriesgar

Dolor sordo padece mi corazón.
Confusión que permanece por tiempo eterno,
no pudiendo soportar tal martirio.
Tal vez demacrando mi frágil alma.
Es un sentimiento primordial
que solo él es capaz de suscita en mi ser.
Me ahogo en mis propios recuerdos,
hacen que solo de pensar me estremezca.
Siento como un acantilado sin fondo.
Todo predispuesto por mi gran soledad,
hurgo en los escondrijos de mi memoria
Esta completamente él solo en ella.
Apaciguo mis enormes pesares
con la distante pero ansiada visita.
Abriéndose ante mi un basto horizonte,
con la esperanza de permanecer juntos.
Comparto contigo más que palabras,
una complicidad intransferible.
Temiendo cruzar la delicada frontera
que separan los amigos de los amantes.
Mi turbulenta y apasionada imaginación
es provocada por mi insolente pensar.
Necesito su presencia, su aliento,
su mirada, saber que está ahí.
No quiero evitarlo pero hay miedo.
Arriesgar tal vez sería acertar.

viernes, 10 de febrero de 2012

Ana

Una palabra esperaba Ana sentada en el sofá. Pero su madre
la miraba con pocas ganas de hablar. El silencio era incómodo. Quería gritos,
chillidos, broncas y castigo. Pero no había nada de eso, sólo un sepulcral
silencio que dolía en los oídos.
No se atrevía a musitar ni una sílaba. Cualquier argumento
en su defensa sonaría a burda excusa. Decidió seguir callada.
Su madre la escudriñaba, como si de tal manera fuese a
encontrar una razón convincente a ese comportamiento.
Aquello era un dialogo de pensamientos. Se formulaban
preguntas y las respuestas eran dadas de la misma forma. Para que decir más.
Ana decidió levantarse, pero la fuerza de la mirada de su
madre le impedía mover ni un musculo.
Aquella situación era injusta, pensaba. Ya está bien, terminó gritando. Su madre dio
un respingo, pues las palabras salieron de su boca como un huracán.
-Que quieres decir?- interrogó.
-Que ya está bien mama!!
-Lo que? Que hagas lo que quieras?
-No, sino que te quedes ahí como un mueble esperando que te
diga lo que diga nada te va a convencer.
-Qué valor tienes¡-terminó por sentenciar su madre mientras
se levantaba y se disponía a salir del salón.
Ana se quedó pensando. Decidió ir tras ella. La abrazó y con
ojos llorosos suplicó su perdón.
Su madre estaba dolida, muy dolida. Al mismo tiempo le
resultaba difícil no perdonar a su díscola hija. Reflejaba con demasiada
exactitud la adolescencia vivida por ella hacía mucho, mucho tiempo.
Mama abrió sus brazos, le dio un beso en la frente, y
sentenció; -Estas castigada sin salir hasta que las ranas tengan pelo.

Aire

Cerré la puerta con toda la fuerza que podían transmitir mis
manos llenas de rabia. No podía creer que aquella fuera ella, incapaz de
escuchar. Ella daba todo por supuesto, sin esperar a que pusiera de manifiesto
mis inquietudes. Me encerré en mi cuarto y mi mente empezó a deambular por los
diferentes caminos que encontraba en mi memoria. Cualquier pensamiento era
mejor que recordar la escena que acababa de producirse. No era algo irreparable
pero constituía un delito en mis leyes inviolables que con tanto recelo tenía
marcadas.
La verdad de todo aquello, era un magnífico cofre de
sorpresas escondido en mi interior. Adopté una drástica medida contra del
hecho. Encerré mi alma atormentada en un
túnel sin salida, donde solo tuviera cabida el silencio perenne.
Era un escudo. Tal vez por la vulnerabilidad ante el
dialogo, con el cual estaría dispuesto a ser vencido y de paso al sufrimiento.
Escuchar las barbaridades que brotaban de su boca eran como
puñales que se clavaban en mi espalda. Se atrevía a defender a quien en otro
tiempo acusó. Formaba parte de la farándula que fuera su vida hasta ahora.
Lo peor de todo era que albergaba un odio dentro de mi alma.
Me acostumbrara a pensar en mi maldad, para conmigo y los demás. Mis actos
generosos o desinteresados eran considerados como un engaño.
En la soledad del cuarto y mi cara enrojecida por las
lágrimas y por el moquillo de mi nariz, intentaba no acordarme de nada. Pero de
ciertas cosas te acuerdas aunque no quieras. Parecía mentira muchas de
justificaciones que hacia sobre lo que
en otra hora se revolvía con veneno en su lengua. Todo era un buen teatro con
los mejores actores de comedia.
Eran muchas semanas carcomiendo
mi oreja con falacias y mentiras. Así que llegar al límite era cosa de segundos. La paciencia no era mi
fuerte y exploté. Necesitaba cambiar, empezaría por respirar aire fresco. Salí
a la calle para no volver.

miércoles, 8 de febrero de 2012

De nuevo

Hay momentos en la vida que te apetece plantarte. Darle al
rebobinar y empezar desde el minuto uno de tu existencia. Eso solo pasa en la
ficción. Aunque sería algo fabuloso,
siempre y cuando nos dejaran poseer
todas nuestras experiencias vividas.
Claro que eso sería jugar con ventaja y no acorde a las
reglas del juego. También está la posibilidad de que nos despojaran de todo
posible recuerdo. Ahí empieza la duda. ¿Cuál? Volveríamos a comportarnos,
actuar ,hacer ,etc… lo mismo?
Seguramente todo, todo no. Pero en su inmensa mayoría desde luego. Lo de
empezar otra vez, casi mejor dejarlo
para el cine.
¿Qué hacer? Cuando nos hacemos estas preguntas, es fácil la
respuesta. Nosotros no la tenemos, pero si algo ha cambiado en nuestras vidas o
alrededor para que tales planteamientos aparezcan. Es un punto y aparte o unos
puntos suspensivos. Desde luego se empieza después de un punto y ese punto es
muy significativo. Después se sigue por algo mayor y luego no hay vuelta atrás.
En el fondo no es que queramos volver a nacer lo que simplemente queremos es
ser dueños de nuestras decisiones, dueños
de nuestros errores, de nuestros sueños, dueños de nosotros
mismos

martes, 7 de febrero de 2012

Adios

En ese lugar no había nada más que
recuerdos del pasado. La misma entrada, la misma puerta, la misma planta, ahora
marchita de todo.
Metió la llave en la puerta. El olor a
cerrado le golpeó en la cara. Encendió la luz. Todo estaba dispuesto igual.
Como si el tiempo se hubiese detenido.
Recorrió la casa mientras los recuerdos le
martilleaban la mente. No quería permanecer allí más de lo necesario.
Fue a la habitación. Tercer cajón. Lo
cogió, lo apretó en su mano. Salió y no miró atrás.
Era el adiós definitivo. Todo había
llegado a su fin.

jueves, 2 de febrero de 2012

Olor a cafe

El olor a café, me despertó. Había dormido como nunca, cosa increíblemente extraño, pues no duermo bien más que en mi cama. Abrí los ojos. Un suculento desayuno me esperaba. Seguía sentado en la butaca, mirándome. Como si yo fuese un espejismo. No dijo nada. Me observaba mientras yo daba buen acopio del manjar. Café, croissant recién hechos, zumo y fresas por supuesto. Me sentía como una princesa. La habitación era sobria y elegante a la vez. Se había tomado muchas molestias en que me sintiera a gusto. Lo estaba consiguiendo. Me agradaban tantas atenciones.
Había sido una locura aceptar aquella invitación. Volar a un destino no conocido. Dejarme guiar por un amigo extraño. Dejar atrás mis miedos había sido la mejor elección.
Me seguía mirando sin decir ni una palabra. Había dormido en el sofá como buen caballero que era. Me levanté y me acerqué a la ventana. La vista era fabulosa, toda la ciudad con un manto blanco. Una postal idílica. Los astros se aliaron para que fuera simplemente perfecto. Le mire de reojo, seguía observándome. Sonrió, se veía feliz.
Se levantó, se puso el abrigo, me dio un beso en la frente y solo dijo: “A la una vengo a recogerte”
Me senté en la butaca y no pude evitar inundarme de su perfume. No se el tiempo que pasó. De repente salí del ensimismamiento. Preparé un baño. Lo disfruté como una niña con zapatos nuevos. Aromas, sales… Las horas volaron.
Abrí la maleta aún cerrada. Unos vaqueros, una camisa, botas, abrigo, bufanda y guantes… sin maquillaje estaba inmejorable después de haberme visto recién levantada…para que más?
Me senté, me levanté, caminé, me volví a sentar.... en el fondo estaba nerviosa. ¿Por qué? No lo sabía pero así era. De repente la puerta se abrió. Entró con una sonrisa que inundó toda la habitación. ¿Lista? Por supuesto.
El restaurante estaba a dos calles. Me agarré a su brazo pues el frío era latente. Su sonrisa de aprobación me infundó confianza. La comida transcurrió con una naturalidad asombrosa. Complicidad, comodidad, química, familiaridad, a fin de cuentas conexión.
Paseamos por las calles nevadas. La conversación, no la recuerdo bien. En mi memoria solo permanecen sensaciones de aquellos instantes.
Atardecía y cada vez la sensación térmica era desagradable, así que decidimos cenar en la habitación.
Se sentó de nuevo en la butaca mientras yo me acomodaba en la cama. El silencio hablaba de más. Era hora de dormir. Se acomodó en el sofá, resignando sus pensamientos.
Me levanté y le vi, despierto en la penumbra. Las miradas hablaron más que si fuesen palabras. No había que decir más.
El olor a café me despertó. Había dormido mejor que nunca. En la almohada una nota “un sueño hecho realidad” y con una sonrisa me miraba ,desde la butaca.